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El escritor irreductible

La leyenda negra del Marqués de Sade ha crecido con el tiempo

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¿Qué hace a Sade tan provocador a estas alturas? ¿Por qué su obra sigue desafiando a los lectores y a los estudiosos? Han pasado dos siglos de su muerte. Que Sade ha tratado de ser recuperado no hay duda, puesto que a lo largo del siglo XX ha tenido ediciones, legales o no, y traducciones. Su discurso, insobornable, es a veces paradójico, desafiante, pero además de provocar hace pensar. Dejó una obra extensa, en buena parte publicada por vez primera en la segunda mitad del pasado siglo. Y salen las obras completas, ahora, cuando se cumplen 200 años de su muerte. No está todavía en el panteón (de sus restos no se sabe).

La leyenda negra del escritor francés, de ascendencia provenzal, aunque nacido en París, ha crecido con el tiempo y la búsqueda de documentación ha seguido a su condena o su magnificación. Si Francia posee una serie de maudits, Sade se encuentra entre los primeros y más hirientes. Pero es algo que corrió paralelo a su vida, ya de muy joven se vio envuelto en escándalos y juicios (por blasfemia, rapto, maltrato,publicaciones escandalosas) y le valió condenas, anuladas luego por los tribunales, además de prisiones por diversas circunstancias, las dos más largas por deseo expreso de su suegra, la presidenta de Morteuil.

Sade pertenece al terreno de la literatura, por derecho propio, porque se empeñó en ello toda su vida, hasta muy cerca de su muerte, por la abundancia de textos y publicaciones (en prensas fraudulentas con pie de imprenta foráneo). Cuando le detienen, por el affaire de Marsella o el de Arceuil, puede que todavía sólo fuera un aristócrata licencioso, como tantos otros del tiempo de Luis XV y el mismo rey. Por el lado de su madre pertenecía a la familia de los Condé y por el padre venía en directo de Laura de Sade, sí, la musa de Petrarca. Había estado en la guerra, en Holanda, y había escrito un libro que luego se encontraría en una maleta con otros escritos, felizmente preservados, en el palacio de sus descendientes en Condé-en-Brie. También estaba ya casado con una burguesa que aportaba una buena dote, que le permitía tener un refugio para encuentros en un barrio parisino, o vivir en su castillo de La Coste, cerca de Apt. Llevaba la vida licenciosa, tras las lecturas de materialistas como La Metrie, Holbach y los demás ilustrados, tenía ya una sólida base que le había dado primero su tío, el abate, en Saumane, y luego en el colegio jesuita de Louis Le Grand.

Una serie de obras iban a estallar, desde Justine (la primera, de 1791). Un cuento moral al estilo de Voltaire pero demoledor. Ocultando la autoría, pero tras un segundo escándalo, va a Vincennes cinco años y otros cinco permanece en la Bastilla (ha estado preso antes en Chambery, al haber huido con su cuñada, monja, y aquí desaparece una primer maleta con originales, que la Inquisición roba). En esta cárcel, por orden de lettre de cachet, es donde se pone a escribir. Las cartas a su esposa y un diario se han salvado, en ese golpe de suerte que tuvo Gilbert Lely al conseguir que le dejaran buscar sus descendientes, (que ocultaban hasta su apellido). Y cuando liberan a los pocos presos, al asaltarla los indignados ciudadanos, ya en libertad sigue escribiendo y publicando, y hasta estrena piezas de teatro, farsas y comedietas. Pero sobre todo La nueva Justine (1797), Juliette (1797), La filosofía en el tocador, y Diálogo entre un cura y un moribundo, los cuentos de Los crímenes del amor (1801), obras feroces y disolventes, de mucho raciocinio al tiempo que de inmoralidad manifiesta y rebuscada. Es chocante que se hiciera amigo de Marat, que editara el periódico La cause du peuble y que estuviera contra la pena de muerte (rasgo de los ilustrados). La Revolución Francesa le empuja pero le condena a muerte y se escapa por la ejecución de Robespierre, su enemigo.

De todas formas vuelve a la cárcel y durante la época de Napoleon, por decreto de Fouché, permanece en Bicêtre primero y luego en Charenton Saint Maurice, un manicomio, ya con Luis XVIII en el poder, que no lo saca. Allí tiene biblioteca, escribe y monta obras de teatro (inventa la psicoterapia colectiva). Y recibe muchas visitas y tiene su última amante.

Culmina en esas dos etapas dos obras fundamentales, muy distintas. El borrador de Las 120 Jornadas, que pierde en la Bastilla y aparecerá en el siglo XIX en Alemania, y se discutirá su autoría. Y Aline y Valcour (1797), sin duda, su más ambicioso proyecto. Si la primera es un compendio de atrocidades, del poder totalitario de aristócratas y burgueses, con la Iglesia en medio, librados a sus placeres violentos (el término sadismo se inventó en su honor) en la segunda intenta la novela total, con aventuras, incluida la utopía, y en la que incluye un panfleto más poderoso, Franceses, un esfuerzo todavía (ahora tiene sentido). Cuando muere un 3 de diciembre pocos le valoran, sus obras son casi todas perseguidas y destruidas. Que su esposa e hijos conserven sus escritos es una paradoja impagable.

Literatura, hay que subrayar, con nivel muy alto, como en Isabel de Baviera, La marquesa de Gange (1813), con Los infortunios de la virtud (1791). Y una gran influencia en su obra de Fielding, Richardson, Defoe o el XVII francés, como del cuento popular y del melodrama lacrimógeno en su teatro. Y un peso insoslayable de la filosofía que hace que algunos reculen ante su insistencia. También destaca un humor negro arrasador que gustaba a Bataille y Breton. Hay mucho en este escritor irreductible a fórmulas.

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