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La mirada azul del viejo Ulises

Se está haciendo de noche es el cuarto libro de poemas del crítico y profesor José Belmonte

La mirada azul del viejo Ulises

José Belmonte (Murcia, 1957), más conocido por su labor como profesor en la Universidad de Murcia y por su faceta de crítico literario (escribe en La Verdad desde 1983), ha sorprendido a los lectores de poesía con su cuarto poemario, Se está haciendo de noche, que ha llegado a las prensas después de los ya lejanos Tan acostumbrado a morir (1983), Secretos de la memoria (1989) y El espejo de Larra (2003). No es Belmonte un poeta prolífico, pero Se está haciendo de noche llega en un momento clave de su vida, y, aunque el propio autor habla en términos de vejez, quizás sea más apropiado hacerlo en términos de plenitud, de autoconciencia, de reflexión sobre la propia existencia.

Inaugura el libro un deslumbrante prólogo de Julio Llamazares, Presentimiento del fin, que comienza así: «Comparto edad con José Belmonte, por lo que estos poemas me llegan directamente. Yo también he empezado a notar los primeros síntomas de la vejez, a percibir que las noticias cada día me importan menos, a ver cómo los camareros comienzan a recoger las mesas del bar como tantas noches reales, solo que ahora para la definitiva. Queda aún vida por delante (mucha o poca eso lo dirá el destino), pero la que nos queda es ya vida que camina hacia el final». Ese es, sin duda, el planeamiento inicial del libro, que recuerda, en cierto modo, al versículo final de Entreguerras, de Caballero Bonald: «¿eso que se adivina más allá del último confín es aún la vida?». Ni José Belmonte ni Julio Llamazares han llegado todavía a ese «último confín», pero lo adivinan en la distancia, y les parece mucho más cercano que los años de la infancia, uno de los motivos centrales de Se está haciendo de noche.

Desde el principio, José Belmonte evoca a uno de sus maestros, Claudio Rodríguez, del que toma prestado un verso para titular su nueva obra, dedicada a su padre y al pintor José Luis Cacho. Se está haciendo de noche consta de veintiún poemas, todos ellos con título, que se encuentran presididos por citas de Claudio Rodríguez, Dante Alighieri y Julio Llamazares y rematados por una extensa página de agradecimientos. Ya la primera composición, El viaje, marca perfectamente el tono del conjunto; el yo del poema presiente el fin pero logra conjurarlo durante un tiempo: «Siempre imaginas que es tu último viaje, / y dudas del regreso / a esa ciudad donde fuiste dichoso, / junto al mar y la montaña cercana, / en el norte de Italia». Y, precisamente en ese momento, la memoria vuelve los ojos hacia el pasado, hacia la infancia, hacia lo cotidiano, en piezas como Madrugadas de viernes, El jardín, El reino de la inocencia, Infancia, Sábado o la exquisita Se llamaba Brigitte: «Se llamaba Brigitte, aún lo recuerdo. / Doce años, pelo muy oscuro y largo. / Y una cara bonita. / Fue mi primer amor. / Una niña francesa. Un milagro / en aquellos años de oscuridad, / de miedos y tristeza».

Tras esa primera serie de poemas de evocación de la infancia, justo en el centro de Se está haciendo de noche, José Belmonte ubica «Ante una fotografía del pintor José Luis Cacho, realizada por Ana Bernal», que es una suerte de reescritura del poema Ítaca, de Cavafis. Dice así Belmonte: «Lo que en verdad importa, lo que permanece, / lo inmutable, lo eterno, / es esa luz radiante de unos ojos, / la mirada azul del viejo Ulises / que otea naves en el horizonte. / Importa la certeza de haber contemplado, a solas, / como un dios paciente y generoso, / hombres entregados a la sombra / cuando ya no hay caminos de regreso / e Ítaca es un sueño indescifrable en la bruma».

Ahora bien, creo que todo el libro prepara, enmarca, en realidad, la llegada de cuatro poemas dedicados a los padres ya desaparecidos. En El cigarrillo, El espejo y El reino de las almas («Eras como un rey cansado y noble, / entregado al silencio / ajeno a la tristeza, / en un paraíso limpio y puro, / el anónimo reino de las almas»), Belmonte se reencuentra con su progenitor de un modo similar a como lo hacía Luis Rosales en La casa encendida. En La imagen, en cambio, convoca a la madre cuando ya era viuda: «¿Quién te impide encender la luz, pedir / algo, llamar a padre aunque no esté, / aunque falte y te espere en otra lugar?».

Al cabo, como decía el pistolero interpretado por Henry Fonda en Mi nombre es Ninguno, puede que los años no nos hagan más sabios, pero, sin duda, nos harán más viejos.

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