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La verdad imposible

La nueva novela de Javier Marías, Así empieza lo malo, pivota alrededor del miedo a alcanzar la verdad completa

La verdad imposible

«Así empieza lo malo, y lo peor queda atrás». A veces tenemos que aceptar la miseria que nos viene dada, la ruina en un tiempo actual, a cambio de saber que lo que viene a continuación no es peor que lo que ya se ha pasado. La frase es de Shakespeare, y es la sexta o séptima ocasión en que este autor echa mano del escritor inglés para titular una de sus novelas. Se pronuncia varias veces a lo largo de la última novela de Javier Marías, ambientada en el Madrid de 1980, y en ella Marías vuelve a su habitual narrador masculino en primera persona, tras Los enamoramientos. En ella, vuelve a aparecer un personaje de nombre equívoco, en este caso Juan de Vere, o Juan Vera, o, como le llaman varios personajes, «el joven de Vere», un recién licenciado en sus veinte que entra a trabajar como secretario de un cineasta. Juan de Vere nos cuenta la historia desde un presente cercano, a modo de memoria, usando los mecanismos que suele utilizar el autor sobre la culpa que siente al dejar por escrito una intimidad, y la necesidad de contar todo lo que haya pasado, a pesar de la inutilidad que tiene contar una historia, manifiestada el propio narrador. La imposibilidad de la verdad completa, el remordimiento por no desconocer siempre la parte más importante, la del personaje sobre el cual se habla, la dolorosa manera en que sólo podemos alcanzar verdades parciales son los puntos de apoyo sobre los que va pivotando el relato.

Los dos hilos argumentales principales tienen que ver con esta imposibilidad de saber la verdad, o con el miedo abismal que produce la posibilidad de saberla. Muriel, el jefe de Juan de Vere, le encarga que averigüe todo lo que pueda sobre el pasado de otro de los personajes, un estrecho amigo. Al mismo tiempo, se nos presenta el matrimonio inexistente entre el propio Muriel y Beatriz, por culpa de un secreto que también sobrevuela todo el libro, y que el protagonista tratará de conocer por el simple placer de conocer lo oculto, de comprender cómo es el mundo al que ha llegado de golpe. La imposibilidad del divorcio hace que la pareja siga conviviendo. «Siempre llegamos tarde a la vida de los demás», dice en un momento de la novela, y esa es precisamente la motivación del protagonista: comprender en qué momento ha llegado a la vida de Muriel y Beatriz, entender el mundo al que acaba de ligar su vida, aunque sea de forma provisional y precaria.

Tal y como es marca de Marías -conocido en algunos ambientes como «el joven Marías»-, la narración está salpicada de largas digresiones, muchas veces calcadas al estilo que tiene cuando escribe en prensa, y que en algunas ocasiones no ayudan a que la trama avance, sino que nos llevan por callejones ciegos, consideraciones históricas, políticas o de orden moral. Se trata de pasajes que imitan al pensamiento humano «real» y que, si bien no son orgánicas con respecto a las tramas principales, otorgan verdad al relato precisamente por asemejarse al devenir común de la mente. No es que traten de copiar el pensamiento: el propio autor ha confesado que sólo piensa «de esa manera» cuando escribe, y lo que consiguen es que el río de pensamiento se instale en el del lector. Así empieza la malo engancha desde lo trivial, porque sólo las pequeñas ocupaciones de las vidas particulares: el rencor, el perdón, la lujuria de nuestros semejantes nos sirven para comprender cabalmente lo hondo de estos entretenimientos, tan mundanos y tan trascendentes.

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