Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Festival en Las Cigarreras

El centro cultural acogió el sábado el tercer Festival Independiente de Cine de Aventuras

El pasado sábado 4 de octubre el cronista pasó un día estupendo en el patio y dependencias de Las Cigarreras. El cronista apenas si sale de su refugio en el campo. Enganchado a la Red, suele otear como discurre el mundo más allá de las viñas y las sierras que circundan el término de Pinoso. Y el mundo es un caos, un embrollo «problemático y febril», como decía Discépolo, que no le atrae en demasía. Pero tampoco es bueno vivir, como el pusilánime avestruz, dándole la espalda. Así que, se armó de valor, cogió el autobús y marchó rumbo a la ciudad.

La mañana era espléndida, limpia y luminosa, como las que suele regalar el otoño alicantino cuando no se encabrona con los nubarrones tenebrosos de la gota fría. Y en Las Cigarreras -¡qué acierto de nombre para un centro cultural que se aferra a la historia y la memoria laboral de sus mujeres!- reinaba un ambiente festivo. Tenía lugar el tercer Festival Independiente de Cine de Aventuras (FICA). Una jornada maratoniana para visionar una muestra de cuanto se filma en torno al desafío del hombre por domesticar la naturaleza más salvaje y agresiva, para explorar la insólita belleza de los lugares inhóspitos y remotos. Como antesala se había instalado un discreto mercadillo de artesanía con puestos de refrescos y ropa deportiva, un rocódromo y artilugios gimnásticos que causaban las delicias de la gente menuda, mientras sonaba la música hasta las mismas puertas de La Caja Negra, donde tenían lugar las proyecciones. Y el público, familiar, con el aspecto saludable e inequívoco de los excursionistas que han cambiado la jornada en la sierra por el acontecimiento cultural, desprendía el aire alegre de una cómplice expectación, que iba más allá del espectáculo cinematográfico. Unos porque se sentían protagonistas del suceso y habían formado parte de tal o cual expedición; otros porque ansiaban ver de cerca a sus héroes, a Ramón Portilla, el escalador de las cumbres más altas de cada continente, a Sebastián Alfaro, el aventurero que dirigió la serie Al filo de lo imposible. Los más porque estaban deseosos de sentir el escalofrío de la ascensión a una pared más lisa que un cristal esmerilado, el descenso de un río torrencial, los misterios submarinos, la travesía en bicicleta por los hielos del lago Baikal. Todo gracias al milagro del cine y las nuevas tecnologías, al valor de los cámaras y expedicionarios, a su afán de registrar cuanto Livingston y Stanley, Amudsen y Peary, Mallory e Irving, esforzados descubridores del planeta más hostil, solo pudieron testimoniar mediante la literatura o una inmóvil instantánea con el sabor incoloro del daguerrotipo.

El día en Las Cigarreras no pudo ser, por tanto, más interesante, ameno e instructivo para el cronista que asistió, atónito, a las explicaciones de algunos de los realizadores de las cintas exhibidas, jugándose el pellejo en cada plano. Disfrutó de lo lindo con Sensansions, de David Palmada, pasando 40 días en el Ártico, en la isla de Baffin, para escalar el Mirror Wall; con las odiseas del dianense Hugo Jareño y sus colegas haciendo lo propio en Marruecos en Taghia, tan cerca tan lejos; con Juanjo Rodes y su equipo buceando tras las huellas del Submarino alemán U77; con otras proezas sin cuento o con las promesas de dos trailers con muy buena pinta: Urko, escalando el presente de Urko Carmona y Proyecto USA de Miguel Herrero.

Tras la experiencia, el cronista, volvió muy feliz a la soledad de su campo. Caramba, se dijo, un festival de cine en estado puro -el primigenio «documental»-, sin alfombras rojas, ni fanfarrias, sin «rollitos» de estrellas ni mandangas de glamour. Echó de menos la presencia de algún crítico que otro, de tal o cual aficionado. Una pena, porque el festival era gratis et amore y una oportunidad para echar una mano a sus esforzados organizadores de cara a promocionar ese cine magnifico que inventaron Dziga Vertov y Robert Flaherty, que mistificó Werner Herzog y que Hollywood llevó al paroxismo con muchas «minas del rey salomón y joyas por el Nilo». Esa noche, el cronista, a falta de pan, se pasó un programa doble de John Boorman: Deliverance y La selva esmeralda. Se encontraba hecho un aventurero y se le había quitado, un poquito, el miedo a este puto mundo, cambalache, que todavía reverdece en el tango.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats