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Cuando el verso se hizo carne

El humor de Aramburu evita caer en la parodia o ser insustancial: ésa es su virtud

Cuando el verso se hizo carne

La metaliteratura suele ser un rincón para escritores. Las obras que hablan del mundillo literario normalmente interesan a críticos, a autores y a un ámbito reducido de lectores. Por eso tiene más mérito si cabe la concesión del premio Biblioteca Breve a Ávidas pretensiones, una novela cuyo eje central son unas jornadas poéticas anuales celebradas en Morilla del Pinar, un pueblo perdido de Castilla, a cuenta del Ministerio de Cultura, y en las que se da cita lo más granado del panorama poético nacional.

Los personajes son ficticios, pero las referencias a autores reales son constantes en toda la novela, haciendo entrever que las situaciones, aun las más disparatadas, tienen un trasfondo de verdad. La galería de personajes es delirante: un pope de la poesía anciano que acude con su secretaria y amante veinteañera, una pareja de poetas lesbianas cuyo coche les deja tiradas en mitad de la nada, dos facciones irreconcialiables: los realitas y los metafísicos, un poeta grandullón y bonachón que es convocado por su habilidad para hacer la paella de despedida de las jornadas? si a este rol de personajes añadimos que las jornadas se realizan en el marco de un convento de monjas, el cóctel asegura la lectura ágil y divertida en cada uno de los capítulos.

Dentro de los invitados a las jornadas poéticas, está representado el espectro al completo del panorama poético español «real»: hay autores que conocen su mediocriad, y sobreviven con trabajos anejos, hay alguna prima donna cuyos libros ya nadie lee, críticos metidos a poetas, combatientes auténticos del verso y personajes que rayan la locura. La oposición del mundo lírico con el prosaico del campo lleva también a situaciones llenas de humor y cinismo. En todo ello, la presencia del narrador es vital. Desde un punto de vista omnisciente, juega con las situaciones y con las escenas, partiéndolas en dos, tres y cuatro partes, intercalándolas y haciendo avanzar y retroceder el eje del tiempo en el escaso fin de semana en que tiene lugar la acción. Además, toma parte activa en la narración como un apuntador que mira divertido el devenir de los personajes, emplea un lenguaje a veces cervantino para calificar sus acciones y bajos instintos, y es uno de los alicientes para leer Ávidas pretensiones. Hay guiños dirigidos al lector atento, como por ejemplo que Lope, el organizador de las jornadas que guarda un oscuro secreto, hable muchas veces en octosílabos y actúe como catalizador de todos ellos a través de su programa de radio sobre poesía.

Pero sobre todo es la elección del lenguaje, los juegos de palabras, los neologismos y el despliegue de la riqueza del castellano lo que hace de manera definitiva que esta sea una novela diferente, demostrando que se puede hacer narrativa de humor con una buena historia detrás, sin caer en la parodia ni en la falta de sustancia.

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