¿No resulta sorprendente que se siga hablando de Democracia -resaltamos las mayúsculas- en Estados donde el pueblo queda excluido de las decisiones que le afectan? Las elecciones son un procedimiento esencial, pero ¿no les parece un tanto perverso limitar la participación política ciudadana a la introducción de una papeleta en las urnas cada cuatro años? Además, ¿por qué no valen igual los votos de todas las circunscripciones? Tienen la oportunidad de dar respuesta a estos y a otros interrogantes, de refrescar ideas desde nuevos discursos en ¡Que no nos representan!
Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero repasan la Constitución de las Cortes de Cádiz, la I República, la dictadura de Primo de Rivera, la II República -«la primera gran esperanza democrática en España»-, la dictadura de Franco? y la Transición, un período mitificado de la historia de nuestro país que dejó todo «atado y bien atado» para que ganaran quienes debían. Por eso, la clave del actual sistema electoral es la provincia: «los fontaneros franquistas» decidieron «sobrerrepresentar los lugares donde habría de ganar la derecha y subrepresentar aquellos donde era lógico pensar que iba a ganar la izquierda». Así, se diseñó una fórmula con efectos mayoritarios o proporcionales según los intereses. ¿El resultado? Un simulacro de democracia con un Parlamento que no nos representa, y un Senado inútil concebido, desde los inicios, como «un cementerio».
Se ha reducido el gobierno democrático a un procedimiento entregado a unas élites satisfechas con el desarrollo de la organización política. ¿Acaso no es sospechoso? Eso pretendía mostrar el 15M con sus reivindicaciones; de ahí, los nervios de «la casta política», y sus persistentes críticas a este poderoso movimiento con el que los autores finalizan el libro. Como señalan, a pesar de sus defectos, y por mucho que se intente desprestigiar al 15M, resulta innegable que ha beneficiado a la sociedad, «al acrecentar la consciencia», «al abrir puertas y caminos a día de hoy cerrados», al demostrar la posibilidad de operar políticamente de un modo participativo. Porque la ciudadanía que no controla a su Gobierno, a sus representantes de la justicia, a sus medios de comunicación, a sus docentes, a sus terapeutas? «termina siendo rehén de esos sectores, empoderados precisamente por la falta de interés social».