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Sin pasiones no hay tragedia

Sin pasiones no hay tragedia

El teatro de Séneca constituye la obra menor del autor cordobés, opacada por la prosa de sus tratados y sus epístolas, pero si las piezas, que compila Cátedra en un extenso volumen, no hubieran sido atribuidas a aquel, se habrían perdido probablemente. La valoración por parte de la crítica de su teatro ha sido cambiante según la época, fue exitosa durante la Edad Media y el Renacimiento (siendo modelo para la escena francesa, italiana e inglesa), pero denostada durante el s. XIX hasta 1973, momento en el que se multiplican las ediciones de las obras del que fuera consejero de Nerón y autor del discurso justificador del parricidio de Agripina.

Séneca se caracterizó en sus tragedias por el particular tratamiento de las pasiones (sobre todo la ira), por eliminar el enfrentamiento entre el hombre y la divinidad, por el tono retórico y por el uso de la sententia. El cordobés respetó las unidades aristotélicas y siguió la preceptiva horaciana a la hora de componer sus diálogos, no hay en escena nunca más de tres personajes y cada entrada o salida de un personaje implica un cambio de escena. Además, el coro tiene una función en Séneca de hilo conductor de la trama y el prólogo es meramente expositivo, iniciándose con él el clima emocional que predomina en la obra. El héroe, por su parte, es problemático y tiene plena conciencia de su mito, mientras que la participación divina en forma de personaje solo se produce en una de las piezas, aspectos por los que destaca Séneca entre sus contemporáneos.

La edición de Leonor Pérez incluye las siete tragedias senecanas (la pesimista Las troyanas sobre la caída de Troya, Hércules que sigue el modelo euripídeo, Las fenicias y la sorprendente ausencia de un coro, Medea y la tragedia de la venganza, Fedra y su final redondo con un Teseo desesperado, Edipo y el juego del conocimiento basado en el ser y el parecer, el desagravio a Tiestes Agamenón y la historia de los nietos de Tántalo Tiestes), la incompleta Las fenicias, así como otras dos de dudosa atribución, tituladas Octavia y Hércules en el Eta. Pérez rechaza, en una prolija introducción, que las tragedias fueran escritas como apoyo de la predicación estoica y que sean una mera perversión de las tragedias griegas, justificando su postura respectivamente en el determinismo casi teleológico del héroe trágico y en la utilización constante de la uariatio o de palabras ideológicas (uirtus, pietas) y dioses infernales (Furor) romanos, por ejemplo. En definitiva, una versión teatral de los mitos griegos desde el prisma de un valioso dramaturgo latino en una esmerada edición.

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