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Palabra de Carlos París

Edición póstuma de las conferencias en el Ateneo de uno de los últimos filósofos españoles

Palabra de Carlos París

La filosofía española no ha sido pródiga en escuelas, pero ha tenido excelentes maestros. Los estudios sobre éstos aún son insuficientes, empezando por el mismísimo Ortega, que aún espera un trabajo sistemático de interpretación. Los responsables de la institucionalización de la filosofía en la España del siglo XX son conocidos pero poco reconocidos. Carlos París fue y es uno de ellos. Aunque en su labor universitaria, sobre todo en Valencia y la Autónoma de Madrid, formó discípulos brillantes como Javier Sádaba, Tomás Pollán o José Jiménez y mantuvo una fértil colaboración con compañeros generacionales como Manuel Sacristán o Miguel Sánchez-Mazas, da la impresión de que sus textos y su voz no han sido justamente tratados en las últimas décadas. Quizás por su exclusión, como la de muchos otros, del columnismo hegemónico, en particular, el de aquel periódico antes independiente y ahora global que presidiera un hijo de Ortega. Puede que la etiqueta de comunista, exhibida orgullosamente por el filósofo bilbaíno, no haya ayudado a su recepción, ni su humanismo confeso, ni tampoco su fidelidad a las fuentes hispánicas del pensamiento filosófico, poco rentables para el mercado académico.

Cuando el pasado 31 de enero moría en Madrid, París dejaba una dilatada bibliografía, cuyos intereses se extienden de la filosofía de la ciencia a la crítica de la cultura actual. El último publicado en vida, Ética radical (2012), ha tenido ya varias reediciones. Los ensayos reunidos en su libro póstumo, cuyas galeradas el autor no pudo corregir, sintetizan las preocupaciones que han animado su obra hasta el final. El texto que le da título En la época de la mentira, transcribe una conferencia impartida tres meses antes de su muerte, a los 89 años donde, como en todas las otras, muestra una contundencia crítica, inédita en filósofos mucho más jóvenes. Salvo la última, todas las conferencias fueron pronunciadas en el Ateneo de Madrid del que fue presidente durante cuatro mandatos y del que con su muerte, y antes la de García Calvo, parece cerrarse una época. La Docta Casa emprendió con París un camino de intervención en la vida pública, paralelo al de sus preocupaciones políticas y culturales. Las conferencias inaugurales de los cursos muestran una cuidada e insólita oratoria, que despliega la retórica de la izquierda más indignada, muy distante del entrañable panfleto de Hessel, conservando un estilo fiel a los viejos maestros retratados en las salas del Ateneo.

Las reiteradas denuncias de la mentira estructuradora de la cultura mercantilista, la interpretación marxista de la crisis actual o la crítica del papel de los intelectuales frente a un capitalismo que tilda, cual Evo Morales, de «enemigo de la humanidad», son vertidas en un aquilatado castellano, exento de tecnicismos y lleno de resonancias unamunianas. Unamuniana es también la vehemencia de sus imprecaciones contra las mistificaciones de la libertad, frente a las que invoca la libertad verdadera, encarnada por un Don Quijote, mentor de la idea hegeliana del amo y el esclavo y a quien hace unos años, junto a Fausto y Ulises, le dedicó un intenso libro. Además de esa continuada atención a las raíces literarias, el volumen da buen testimonio de la filosofía de la ciencia y la antropología de las que París fue pionero en tiempos de recalcitrante escolasticismo universitario, con textos imprescindibles como su temprano Física y filosofía y el posterior El animal cultural. Fiel a esa trayectoria, él mismo decidió incluir como conclusión de En la época de la mentira su conferencia sobre las determinaciones políticas de la ciencia, pronunciada en el casi legendario I Congreso de Teoría de la Ciencia que en 1982 organizara en Oviedo Gustavo Bueno.

Más que un pensamiento político, París defendió una política del pensamiento, cuya reflexión permanente le pareció siempre un arma de resistencia frente a la violencia del Estado guardián y de los nostrismos de toda laya, y también un correctivo para evitar los errores en que incurrieron las limitadas miras políticas de sus venerados predecesores republicanos, desde Giner a Ortega pasando por el también presidente del Ateneo, Manuel Azaña. Leamos, o más bien escuchemos, este libro -desnudo de notas y bibliografía- imaginándonos en el decimonónico salón de actos o en la sala de la Cacharrería ante un jovial viejo filósofo que, pertrechado, como Minerva, de casco, escudo y lanza, nos anima a combatir el «rapto de la cultura» y nos anuncia con una sonrisa la inauguración del curso.

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