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Los significados del espacio público urbano

De invención burguesa a escenografía del consumo, el espacio público continúa siendo el lugar por excelencia de lo urbano, como expresión de lo simultáneo, de lo contingente, de acontecimientos y situaciones, de igualdad, de la reivindicación e indignación ciudadana.

Citywalk. Los Ángeles. La nueva calle del consumo. J. R. Navarro

En las ciudades europeas los espacios públicos han sido lugares de expresión y representación de la cultura, modos de vida y gustos de la burguesía que se afirmaría como clase urbana en la segunda mitad del XIX. La calle, la avenida, el bulevar, la plaza, o el parque serán los arquetipos espaciales que darán forma a la nueva ciudad. Paradójicamente, un espacio público construido para mostrar el rostro satisfecho de las clases dirigentes se iba a convertir en un lugar en el que otros ciudadanos tomaron conciencia de su libertad y se expresaran contra una sociedad injusta y explotadora. Si por un lado las calles y plazas de esa ciudad facilitarían a unos el «ver» y «ser visto», otros, en los mismos espacios públicos, aprenderían a afirmar su presencia y fuerza en la calle.

En Memorias del Subsuelo de Dostoievski, publicada en 1864, un oscuro funcionario de San Petersburgo paseando por la Avenida Nevski de esa ciudad, siente que la calle, si bien sea una ilusión fugaz, le iguala con los que caminan a su lado, aunque sean de estamentos superiores: le invade un sentimiento de libertad. Esa es la misma calle que sería el escenario de las grandes manifestaciones de 1905, el ensayo general de la Revolución de Octubre doce años después, y que encontramos en la trama de Petersburgo (1914) la novela de Andrey Baily, imprescindible para conocer el alma de esa hermosa ciudad.

Sin embargo, la cultura urbanística racionalista rechazaría las formas espaciales de la ciudad burguesa: ¡Il faut tuer la rue! ( Es preciso matar la calle,1930 ) clamaba Le Corbusier. Su ideario, de raíz antiburguesa, prescribe sustituir el espacio urbano de la calle y la plaza, por el «espacio libre» que como un manto verde ideal e higiénico rodeará las torres residenciales que constituyen el paisaje de la ciudad racionalista. Las consecuencias de la aplicación de estos principios urbanísticos en numerosas remodelaciones de áreas urbanas, centrales y barrios periféricos tras la II Guerra Mundial, serían devastadoras.

En los sesenta del siglo pasado comienzan a aparecer posiciones críticas contra esa manera de hacer ciudad. Entre otros, destacaría, por un lado, Muerte y Vida de las Grandes Ciudades (1961) de Jane Jacobs que se posiciona por el fortalecimiento de las relaciones entre el espacio urbano y el espacio social que se había difuminado en la ciudad racionalista ; y por otro La Arquitectura de la Ciudad (1966) de Aldo Rossi que sin romper, como la obra anterior, con el racionalismo, sostiene que forma urbana y forma arquitectónica son indisolubles como la historia urbana nos enseña : no hay forma reconocible de ciudad sin espacio publico

Desde finales de los setenta del siglo pasado el espacio público urbano será el protagonista del proyecto de ciudad. La emergencia de la nueva sensibilidad medioambiental contribuyó a la reconquista del espacio público urbano, que señala al coche como responsable de la degradación ambiental y paisajista de los espacios públicos, promoviendo una nueva urbanidad basada en el peatón y el transporte público como actores principales.

El renacimiento del espacio público en las ciudades europeas coincide en nuestro país con la recuperación de la democracia local, poniendo en práctica un urbanismo en el que el espacio público sería el protagonista, adquiriendo un claro significado político: a «la calle es mía» de Fraga, ministro del Interior, se antepone «la calle es nuestra» de la ciudad democrática.

La relación entre política y espacio urbano se vuelve a repetir treinta años después de los primeros consistorios democráticos. En la actualidad, los ciudadanos se expresan en las calles y plazas de las ciudades mostrando su indignación ante la crisis política, económica y moral en la que estamos inmersos. En nuestro país, el 15-M es el símbolo de estas movilizaciones, convocadas a través de las redes sociales pero materializadas al calor humano de la gente reunida en los espacios públicos.

El espacio público urbano de la ciudad contemporánea deberá expresar la realidad de una ciudadanía en la que confluyen modos diferentes de pensar, sentir, mirar, y experimentar la ciudad. Es la práctica de los ciudadanos, más que los diseños «glamurosos», la que confiere sentido al espacio público. Como ha escrito Manuel Delgado: «Un espacio público testimonio de todo tipo de dinámicas enredadas hasta el infinito, abierto, predispuesto, dispuesto a conocer y crear informaciones, experiencias y finalidades nuevas y a concretarlas».

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