Caras serias y prisa por reencontrarse con sus seres queridos. Pocos minutos antes del mediodía llegaba a la estación de Alicante el primer tren Euromed procedente de Barcelona. A bordo del convoy, muchos pasajeros que todavía tenían el miedo metido en el cuerpo tras el horror vivido en Barcelona.

Los primeros viajeros comenzaban a bajar del tren mientras por megafonía se convocaba a un minuto de silencio por los atentados en Barcelona y Cambrils.

Al encontrarse con sus familiares, las primeras impresiones de la barbarie terrorista que vivió la tarde del jueves la ciudad condal. «Estaba en ese momento paseando por el Barrio Gótico y de repente vi movimiento de gente y a una pareja de venezolanos que pasaban corriendo y me dijeron que no me acercara a las Ramblas», explica Diana Ortiz, una joven que ayer llegaba en el primer tren procedente de Barcelona. Regresar a su hotel no fue tarea sencilla «porque los autobuses no funcionaban».

Buena parte del pasaje se había subido al tren en estaciones distintas a la de Barcelona, como Tarragona o Castellón, pero tampoco se podían quitar de la cabeza las imágenes que habían visto en redes sociales y medios de comunicación. «Es terrible, no tenemos palabras para describir lo que ha pasado», señalaba un matrimonio de mediana edad mientras atravesaba a toda prisa el vestíbulo de la estación.

En el autobús camino de Plaza de Cataluña se enteró Ángel Beteta del atentado. «Mucha gente estaba estupefacta y otros pensaban que se trataba de una broma». Este médico afincado en la capital catalana, que ayer llegaba a Alicante en el primer tren de la jornada, tuvo que regresar desde el centro a su casa en bicicleta al no funcionar el transporte público. Desde allí lo primero que hizo fue llamar al hospital en el que trabaja para ofrecerse a atender a los heridos del atentado. «Me dijeron que sólo habían llevado a seis personas y que de momento no hacía falta que fuera». Con todo, Beteta asegura que no tuvo ánimo de salir en toda la tarde de casa «porque me daba cierto miedo».

A otro pasajero, que no quiere que se le identifique, el atentado le cogió en el aeropuerto de Barcelona, mientras hacía escala de un viaje desde Francia. «El aeropuerto de repente se llenó de Policía, de ver sólo tres agentes, de golpe se empezaron a multiplicar», señalaba ayer este joven cargado de maletas. Llegar hasta el centro de Barcelona en autobús para coger el tren al día siguiente se convirtió en una pesadilla. «El autobús de las 7 de la tarde no llegó hasta la 1.30 de la mañana, fue caótico».

La estadounidense Lisa Negrete se encontraba en Barcelona con sus hijas pequeñas y por fortuna la tarde del jueves la había dedicado a visitar la zona del Tibidabo. «Gracias a Dios estábamos lejos, porque cuando llegamos a una tienda cercana al hotel nos dijeron lo que había pasado y no dábamos crédito».

Cinco agentes de la Policía Nacional vigilaban ayer por la mañana la estación de tren de Alicante. Ataviados con chalecos antibalas y armas largas, su presencia no pasaba desapercibida entre el ir y venir de pasajeros arrastrando maletas. Hace dos años, a raíz de elevar la alerta antiterrotrista tras los atentados de Francia, se reforzó la vigilancia en este punto estratégico de comunicaciones de la ciudad.