Después de cinco largos meses de investigación, la Policía Nacional ha logrado detener al autor del asesinato de Khalid Azzakhman, un comerciante de móviles usados, vecino de València, desaparecido desde el pasado 9 de enero. El propio homicida, Javier Martínez, de 37 años e hijo de uno de los atracadores más sanguinarios de la historia negra valenciana, ha confesado su crimen. «Pensaba que me iba a sacar una cuchilla, lo tenía cogido del cuello con la mano izquierda y con la otra llevaba un cuchillo de carnicero grande. Le entró por detrás y le tocó el corazón. No me arrepiento de haberlo matado: muerto, muerto está», reconocía a este periódico.

El homicida confeso había decidido entregarse después de varias conversaciones con el periodista que suscribe esta información. «No me apetece estar huyendo. No me interesa; eso ya lo viví», aseguraba Javier admitiendo que está mejor en prisión que malviviendo en la calle.

El pasado viernes había acordado que se entregaría, pero no lo hizo, y con esa decisión se esfumaba su posibilidad de una reducción de condena: horas después era arrestado por una patrulla de la Policía Nacional en la calle Sagunt de València gracias a la búsqueda activada por el grupo de Homicidios, que había difundido para que cualquier agente pudiera detenerlo en caso de identificarlo como sospechoso del crimen.

Su presunta cómplice en el crimen, Ana M. V., de 37 años y compañera de andanzas durante estos últimos meses en los que han estado pernoctando por las calles de la capital del Túria, se encuentra en prisión por otra causa. Los investigadores también le imputan ahora un delito de homicidio. De hecho, Javier alegó durante la entrevista mantenida con este diario que fue ella quien «me metió en la cabeza que nos lo lleváramos a la casa para matarlo».El móvil del crimen

Con semblante tranquilo y voz serena explica los motivos por los que, rememora, abordaron a traición a su víctima para robarle. Khalid, de 48 años y nacionalidad marroquí, se dedicaba a comprarles los teléfonos móviles que, según Javier, robaba Ana. Un desacuerdo sobre el importe que les abonaba por éstos acabaría con el perista muerto de una cuchillada por la espalda que le perforó el corazón. «Por teléfonos de 800 euros le daba solo 20 euros. Era un listo y a mí se me cruzaron los cables», se justifica Javier.

El homicida, marcado desde niño por la vida que llevó su padre, Andrés Martínez Larios, ha pasado prácticamente toda su mayoría de edad en prisión y no tiene reparos en reconocer que la cárcel es su verdadera casa. En enero de 1984 su tío Luis y su progenitor protagonizaron un tiroteo en una carretera de Bétera en el que asesinaron a tres guardias civiles. En ese enfrentamiento a tiros pereció el padre del ahora arrestado.

El 16 de octubre de 2015 Javier Martínez salió en libertad, tras cumplir una condena de 15 años y 16 días por varios delitos, entre ellos otra agresión con arma blanca. Nada más abandonar el centro penitenciario se fue a vivir con su familia pero poco después acabaría marchándose a una casa abandonada en València.

Fue allí donde supuestamente cometería su crimen el pasado 9 de enero. En esta vivienda compartía techo con su actual pareja, presunta cómplice del crimen, y con otros dos hombres. No obstante, después de que Javier asesinara supuestamente a su víctima y ocultara allí su cuerpo, cerró a cal y canto la casa y durante meses ha estado durmiendo en la calle. Uno de sus lugares habituales para pernoctar era el cajero de una sucursal bancaria de la Plaza España, a escasos metros de la tienda donde trabajaba el fallecido y no muy lejos de la Jefatura de Policía.

Primer contacto con el asesino

Un reportaje sobre las duras condiciones en las que viven los sin techo en las noches más frías del año daría pie al primer encuentro con el ahora detenido. Así, transcurridos unos días y tras varias conversaciones intrascendentes con el periodista, Javier comenzó a abrir las puertas de una confesión sobre lo que calificó entonces de «hecho grave». Pese a las reticencias iniciales, Javier acabaría reconociendo que había matado a una persona. Nadie sabía entonces aún del homicidio.

«No me vio nadie y nadie va a ir por allí», aseguraba en los encuentros, sin llegar a concretar nunca el sitio exacto dónde ocultó el cuerpo. Tras un intento fracasado de obtener algún beneficio por la confesión a Levante-EMV, periódico del mismo grupo que INFORMACIÓN, Javier acabó por comprender que no había vuelta atrás. A partir de ahí, la policía fue puesta sobreaviso y acabó por detenerlo el pasado viernes, una vez corroborados los extremos de la confesión. Ahora solo queda localizar el cadáver para que la viuda y las dos hijas de la víctima puedan velar los restos mortales de Khalid.