Se puede entrenar a la mente para olvidar momentos difíciles de nuestra vida, pero no siempre se consigue. La memoria es selectiva y, como se vio ayer en el juicio del Madrid Arena en la Audiencia, se empeña en mantener nítidos algunos instantes, a veces los más dolorosos, y difuminar otros.

Cinco asistentes a la trágica fiesta de Halloween que el 1 de noviembre de 2012 acabó con la vida de cinco chicas lo demostraron ayer en el juicio que se sigue por este caso en la Audiencia Provincial de Madrid. Porque todos ellos recuerdan perfectamente el momento en el que se vieron atrapados por las avalanchas que esa noche sacudieron el Madrid Arena, tanto en la pista central como en el vomitorio en el que ocurrieron los sucesos más graves.

Lo tuvieron que recordar ayer en la sala de vistas. Y dos de ellos lo hicieron tiempo después de haber tenido que dejar el tratamiento psicológico que seguían por la ansiedad que les provocaba ese recuerdo, como confesaron en el interrogatorio.

Caos

Por lo demás, estos cinco testigos -dos de ellos eran menores de edad en el momento de la fiesta- ratificaron lo que ya se sabía, pero lo han descrito con sus propias palabras: angustia, caos, colapsado, superlleno, agobiante, inhumano, barbaridad, asfixia... En suma. Que no hubo control alguno en la entrada, que el recinto estaba plagado de menores (al menos 180 de un mismo colegio de entre 16 y 17 años, como explicó una joven), que se pudo introducir alcohol y que, incluso, a muchos no se les pidió ni el ticket. Y por esa memoria selectiva, ninguno recuerda si vio o no vio puertas cerradas, personas con chalecos, policías en los aledaños del recinto, barras de bar taponando entradas...

Solo muchísima gente, más que en otras fiestas. Algo que, en principio, era «genial», como comentó Belén, una de las testigos, al expresar lo que cualquier joven piensa cuando ve que la fiesta a la que acude está concurrida y no cabe un alfiler. Y de ser «genial» a rozar la muerte, a casi sentirla y a presenciarla. Belén fue testigo de como su amiga Belén Landon sentía perder la vida aplastada, como ella, por otros cuerpos de jóvenes de su generación. Ella misma pensó: «Me muero en este instante, no puedo respirar. Si tengo que morir, me muero». Y rezó.

Pero un chico la salvó, la cogió en brazos y la sacó de esa montonera de cuerpos. No supo nada más de su amiga hasta el día siguiente, cuando se enteró de que estaba en el hospital. Después, falleció.

Amor, otra testigo, también vio de cerca la muerte, que no repara en edades ni momentos. La fatal avalancha quiso que estuviera muy cerca de Katia Esteban, otra de las jóvenes fallecidas. No la conocía de nada, pero no la podrá olvidar, porque «encajada» a su lado pudo ver cómo Katia dejaba de respirar. «No puedo más, no puedo más. Dile a mi padre que le quiero», pudo escuchar Amor. Para algunos, era su primera fiesta en el Madrid Arena. Para otros, su tercera o cuarta. Y seguro que para muchos, la última en ese recinto al menos hasta dentro de un tiempo. Como para Amor, que zanjó: «Primer evento y último».