Hematomas y heridas por todas partes. Recientes y de hace un mes. Y de hace dos... Y de hace tres... Esas marcas quedaron en el cuerpo sin vida de Constantina Jurebie, una mujer de 42 años que no soportó más golpes y que murió el 1 de noviembre en Elche a causa de la paliza que le propinó presuntamente el que era su pareja desde hacía ocho meses, Eugen M, de 46 años.

Más que pareja, se diría que eran compañeros de camino. Ambos inmigrantes rumanos sin recursos, de familias desestructuradas desde el origen, sin red de apoyo en España, sin hogar ni ingresos, con carencias educativas y sin muchas claves para manejarse en sociedad según la información judicial. Estaban fuera del circuito de los centros de salud, de las ayudas sociales y de los recursos públicos. Por eso casi nadie sabe de Constantina más de lo que él contó de ella a la Policía Nacional y al Juzgado de Violencia Sobre la Mujer 1 de Elche cuando reconoció que era el autor de todos los golpes que dejaron todas esas marcas, aunque no acababa de creer que la muerte hubiera sido a consecuencia de ellos. Al principio incluso ponía en duda que estuviera muerta.

Discutían, se peleaban, él le pegaba. Por celos, dijo. Porque iba con otros hombres. Como si eso pudiera de alguna forma explicar lo injustificable. Tras dar su versión de los hechos ayudado de un intérprete, el supuesto autor entró en prisión provisional a la espera de que se perfile la acusación de homicio o asesinato. Quienes hablaron con él en las declaraciones intuyen en su explicación un contexto de escasos recursos culturales en el que la violencia se usa para relacionarse de forma normalizada.

El domingo 1 de noviembre, a media mañana, él le dio -si se confirma la hipótesis policial- la paliza definitiva. Había habido otra previa el sábado. Esa noche Constantina se marchó de la casa abandonada entre El Altet y Arenales en la que se habían colado apenas tres días atrás, pero volvió y al día siguiente sólo encontró más golpes. No llevaban mucho más tiempo en Elche, iban cambiando de ciudad pidiendo limosna y buscando dónde cobijarse. Así habían pasado por Santa Pola, Villena o Almansa (Albacete), según pudo averiguar la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) de la Policía Judicial de Elche.

El reencuentro ese domingo consistió de nuevo en patadas, puñetazos, bofetadas y golpes con un palo con clavos que había por allí tirado en la casa semiderruida, una vivienda de campo propiedad de una empresa de Redován que todo el mundo creía vacía. Él contó que después la dejó tirada sin conocimiento. Para cuando cayó en la cuenta de que tampoco tenía pulso era demasiado tarde. El hombre salió entonces de la casa, haciendo aspavientos detuvo un coche que pasaba por la carretera y le pidió al conductor que llamara a emergencias.

El aviso al 112 fue confuso. Había una mujer que no respiraba y estaba fría. Alguien había bebido mucho alcohol. No estaba claro si era él o era ella. Lo que sí quedó claró a la llegada de la ambulancia, de la Policía Local y finalmente de la Policía Nacional fue que el cuerpo lleno de heridas estaba vacío de vida. Según el informe preliminar del forense, la muerte sobrevino por «insuficiencia respiratoria ocasionada por politraumatismos».

Sendas

La actuación policial y judicial fue rápida. A las 16.15 horas se produjo el levantamiento del cadáver. Si hasta entonces habían sido de alguna forma compañeros de camino, las sendas se separaron. La de él, hacia la Comisaría de Policía Nacional, a la Ciudad de la Justicia y a prisión provisional. La de ella, hacia el Instituto Anatómico Forense. Sus familiares en Rumanía pidieron ayuda para repatriar el cadáver tras conocer de su muerte. En España, en Alicante, en Elche, la estela de Constantina Jurebie es la de una víctima de la violencia de género y además víctima del desarraigo. Alguien sobre quien quedan muchas preguntas, a quien no se ha logrado seguir el rastro.