Hanane Oulad, de 43 años, vivía bajo el yugo de un marido colérico, brutal, que no consentía que se cuestionara su superioridad machista. Cuando la Guardia Civil acudió el pasado 1 de marzo al piso de la avenida Juan Carlos I de Xàbia donde el matrimonio vivía con sus dos hijos y la madre de ella, el hombre, de 39 años, se negó primero a abrirles la puerta y luego no mostró ni asomo de arrepentimiento. Al contrario, sugirió que su mujer, que agonizaba tirada en el suelo, se merecía la brutal paliza que le había dado. Acertó a explicar que Hanane le había llevado la contraria, que le había pedido que le echara una mano en las tareas domésticas, que su ira se había desatado, simplemente, porque ella le había reprochado que no la ayudara a subir a casa las bolsas de la compra.

Hanane murió tras permanecer en coma ocho días en el hospital de Dénia. Su marido la había atacado con saña. Le golpeó en la cabeza y en el cuerpo con una sartén hasta romperla. Se quedó con el mango en la mano. Lo hizo en presencia de los dos niños, de 8 y 12 años, y de su suegra. La anciana bajó, descalza y desesperada, a la calle a pedir ayuda. Suplicaba en árabe que alguien subiera a socorrer a su hija. Los empleados de una empresa de ambulancias radicada en la finca colindante entraron en el piso sin saber qué iban a encontrar. Hannane yacía en el suelo, balbuceaba palabras en árabe. Su marido le había fracturado el cráneo y un brazo.

El crimen provocó una gran consternación en Xàbia. Hanane y su marido pertenecían a una comunidad marroquí que lleva asentada en este municipio desde los años 70. La integración, que debería haber sido progresiva, ha tenido altibajos. En los primeros años, los inmigrantes se mostraban más abiertos y sociables. Los hijos de esa primera generación asumieron que eran xabiencs. Muchos estudiaron y abrieron negocios. Se casaron con españoles o residentes de otras nacionalidades. La integración parecía un hecho.

Pero en los últimos años se ha producido un retroceso importante. A las mujeres de ascendencia marroquí les cuesta más romper el aislamiento. Antes las chicas árabes no se ponían el velo. Ahora, en cambio, cada vez son más las que lo llevan. También hay una lectura positiva. Ahora estas mujeres se sienten más cómodas y pueden ponerse el velo y así mostrar su cultura y creencias religiosas sin miedo al rechazo.

Hanane llevaba velo. Junto a sus amigas, también marroquíes, acompañaba todos los días al colegio a sus hijos. Como mucho, se quedaban todas un rato en el parque, mientras los pequeños jugaban. Luego volvía a la reclusión del hogar. Sus amigas y otros vecinos que tuvieron trato con ella la recuerdan como una mujer extremadamente amable, algo introvertida, muy apegada a su familia (sus hermanos también viven en Xàbia), volcada con los niños y siempre dispuesta a ayudar.

Su asesinato provocó que la discreta aunque numerosa comunidad islámica de Xàbia se hiciera por un día visible. En el ayuntamiento, se realizó un pleno de condena al que acudieron decenas de amigas de Hanane. Los marroquíes de Xàbia son, de hecho, como una gran familia.

El iman de la mezquita local tomó la palabra y proclamó que «matar a una mujer era matar a toda la humanidad». Condenó el brutal crimen. Y aseguró que en el Islam a la mujer se la venera. Dijo que su religión «nada tiene que ver con la violencia». En la Plaça de l'Església, tuvo luego lugar un conmovedor rezo colectivo. Las mujeres árabes, que antes habían acudido a casa de la asesinada a llorar su pérdida, se arremolinaban en torno al iman. Sus rostros reflejaban un inmenso dolor. Muchas de ellas, de la edad de Hanane, llevaban en brazos o en los carritos a sus niños pequeños.