Teresa Fernández Saldaña se casó al borde de la mayoría de edad con un novio machista y celoso. La comida tenía que estar lista en la mesa; la ropa preparada cuando saliera de la ducha; las cuentas del dinero las llevaba el hombre; la habitación cerrada con llave no la podía abrir la mujer... Así lo denunció ella ante la Guardia Civil de Santa Pola en agosto de 2013 después de 40 años de casados y así lo recuerda la familia de ella, la primera víctima de violencia de género de España, que murió la mañana del 12 de enero -lunes a primera hora- en su casa de El Altet, en Elche, cuando la asaltó por sorpresa su exmarido y la emprendió a golpes con una barra de hierro.

Igual que habían vivido, unidas hasta las últimas consecuencias, la barbarie de Luis Caro Cortés se llevó por delante también a Natividad, hermana menor de Teresa. Tenían 70 y 64 años cuando murieron por los golpes crueles de un hombre que intentó borrar las pruebas, que encendió una hoguera para quemar ropas y telas, que movió los cuerpos ya sin vida y los tapó con una manta, que como no pudo ocultar lo que había hecho dejó tirada el arma homicida en el patio y escribió una nota de suicidio... Un hombre que, como no supo cortarse las venas, se ahorcó en el sótano de la que había sido la vivienda conyugal, en la Urbanización Los Limoneros.

En sus últimas palabras manuscritas, firmadas con nombre y DNI, Luis culpaba a la justicia. Lo que creen los sobrinos de Teresa, hijos de Natividad, es que los pleitos, el reparto de bienes y de propiedades y el dinero fueron su mísero motivo para matar a dos mujeres sobre cuyas vidas nadie le dio poderes. Por mucho que acabara pidiendo «que Dios me perdone» en su nota. Eso, y la creencia profunda de que Teresa era suya. Y si no de nadie. Porque ella ya no tenía la mínima intención de arreglarlo con él después de haberse reconciliado una vez anterior. Si su familia le preguntaba por qué había vuelto en una ocasión, años después de haberse divorciado, ella contestaba algo así como que estaba acostumbrada a él. Lo recuerda Alexandra, su sobrina, quien intuyó esa mañana que a su madre le había pasado algo cuando comprobó que tenía el móvil apagado. Su madre, por cierto, casada también durante años y separada de un marido para el que pidió una orden de alejamiento.

Eran ya cerca de las dos del medio día cuando dos hijas de Natividad fueron con sus dos parejas a casa de su madre, comprobaron que no estaba y se extrañaron de que su coche estuviera aparcado dentro de la parcela de al lado, en el chalé de su hermana, encajado con una maniobra marcha atrás que ella tenía pánico a hacer. Lo tuvo que aparcar él para esconderlo, pensaron. Uno de sus yernos saltó la valla, vio sangre y llamó a emergencias. La Policía Nacional inspeccionó la casa, encontró antes la nota y después los cuerpos.

Teresa no tenía hijos, Luis sí los tuvo fuera del matrimonio. Ya se encargó él, según dice su familia, de reprocharle a lo largo de toda la vida «que no servía para nada, que estaba seca». La pareja, procedente de Sevilla, vivió en Cataluña y había regentado un bar de Santa Pola, La Nave -en el polígono industrial- en el que a este diario ya no le han dado referencias sobre ellos en fechas recientes porque cambió de manos. Alexandra, sobrina de la primera víctima de violencia de género de España de 2015 (también huérfana de madre porque la mataron por ponerse del lado de su hermana sin fisuras en el proceso de separación), tiene otro negocio de hostelería en el que a pesar del dolor accedió a hablar con INFORMACIÓN para contar que jamás imaginaron que su tío llegaría a esto.

Maltrato psicológico y amenazas

Teresa es precisamente la única mujer fallecida este año en la Comunidad Valenciana que puso alguna denuncia. Denunció maltrato psicológico desde el principio de la relación: «Gorda, tonta, inútil, no vales para nada», dijo que le decía. Denunció que la empujó por una escalera, que no la dejaba acceder al dinero, que la insultaba, que la ridiculizaba... Denunció una amenaza de muerte: «Si me haces daño algún día te mato y me da igual ir a la cárcel».

Después de contar aquello, salió del puesto de la Guardia Civil de Santa Pola con una orden de alejamiento cautelar que ella misma pidió y con una valoración de riesgo bajo calculado por un programa informático, el Sistema Integrado de Violencia de Género. Se celebró juicio rápido y Luis fue absuelto porque el Juzgado de lo Penal 1 de Elche no apreció claves suficientes para dar más credibilidad a la versión de las mujeres que a la del hombre.

A partir de ahí, cruce de denuncias. Contra ellas por sustraer muebles y electrodomésticos de una vivienda compartida, contra él por colarse en la casa de su exmujer sin permiso, contra ellas por denuncia falsa... La relación se enredó en los juzgados y nunca se desenredó, porque no dio tiempo. Porque Luis, que en su nota de despedida y de confesión hablaba de justicia, no estuvo a la altura de permitir que se hiciera.