Martín Rozas no viajaba en el tren accidentado, pero desde el bar que regenta su familia, situado a unos escasos 50 metros de donde aterrizó el vagón que voló por encima del talud, ayudó todo lo que ha podido.

Fueron los clientes y los dueños de este bar del barrio de Angrois unos 150 vecinos en la zona rural de Santiago, los primeros en llegar a prestar los auxilios al vagón, que había aplastado el palco de la feria.

Algunos de estos vecinos no dudaron en romper con sus propias manos los cristales de las ventanas del tren para rescatar a las víctimas. Algunas, reconoce Martín, se les murieron en las manos «con mucha pena». «Era algo espeluznante», asegura a Efe este joven, que en cualquier otra víspera de las Fiestas del Apóstol habría cerrado el bar sobre las once de la noche. Sin embargo, la de 2013 no la olvidará jamás, y no solo porque tuviera el bar abierto hasta el amanecer.

Un vagón fuera de las vías y pegado a las casas, personas tiradas en el suelo en su mayoría pidiendo auxilio, algunos mutilados y cuatro cadáveres fue lo que se encontraron los seis policías nacionales que acudieron al lugar del descarrilamiento del tren Alvia tan sólo dos minutos después del accidente. Fueron los primeros en llegar a la fatídica curva A Grandeira y cuando llegaron ya había ciudadanos anónimos socorriendo a las víctimas.