Ana Belén Leis dejó a su familia desencajada cuando entró por la puerta apoyada en su tía, cojeando y con el rostro cubierto de sangre y cristales. Había sobrevivido a uno de los mayores accidentes ferroviarios de la historia de Europa a escasos metros de la casa de sus abuelos y lo primero que pensó fue en dirigirse, herida, hacia ella y no hacia un centro de salud.

Esta joven de 37 años viajaba en el Alvia accidentado rumbo a Santiago, su ciudad, para asistir a una primera comunión cuando el tren descarriló y ella salió volando de su asiento. Viajaba en el primer vagón, pero se levantó con heridas leves y contempló el horror que la rodeaba. Vecinos de Angrois, primero, y personal de emergencias, después, la atendieron. Al tener heridas superficiales, el personal médico se centró en los más graves y ella se situó encima del talud que linda con las vías, al que llegó casi trepando, a esperar.

La casa de su familia, a casa do Dubra, como la llaman los vecinos, se encuentra a unos 300 metros del lugar del siniestro. A ella llegó una tía de Ana para preguntar por el ruido que había escuchado y por su sobrina. Salió en dirección al lugar del suceso y allí, sentada, magullada y ensangrentada, se encontró a Ana. "La agarró y vinieron caminando hasta casa", relata Soledad Dubra desde su casa, sollozando al divisar las dos grúas que levantan los vagones siniestros y comprender lo cerca que ha estado de no volver a ver a su nieta. "Ay", se lamenta llevándose las manos a la cabeza y con los ojos acuosos.

Ana Belén tiene dos hijos pequeños -un niño de 7 años y una niña de 23 meses- y volvía a casa para pasar el fin de semana y acudir a una primera comunión desde el municipio alicantino de Villena, donde trabaja en la cárcel. "No puede venirse y dejar el trabajo, pero viene cuando puede", contaba nerviosa su abuela, pues Ana Belén se encuentra en el hospital policlínico de Santiago ingresada con lesiones en un ojo, dolor en una pierna y varios cortes en la cabeza debido a los cristales que saltaron por los aires cuando el tren descarriló a entre 150 y 190 kilómetros por hora en Angrois.

Su primer impulso, sin embargo, fue el de abandonar el lugar del terror para refugiarse en el hogar de sus abuelos, con los suyos, sin acudir a un centro médico, una circunstancia comentada por varios de sus vecinos, que coincidían en dar gracias ante las heridas tan solo leves de Ana, rodeada de sus padres y familiares cercanos en el hospital.

Otras historias relatadas por los testigos no finalizaron con el mismo resultado. Durante la madrugada, un miembro del dispositivo de emergencias que auxilió a los heridos en los primeros momentos contó una escena a algunos periodistas estremecedora y con un trágico desenlace.

Una mujer embarazada que viajaba en el tren se encontraba aturdida y herida tras el accidente y no dejaba de repetir que alguien llamase por teléfono a su marido, su única preocupación todavía en shock después de que los ocho vagones más las dos máquinas tractoras del Alvia entre Madrid y Ferrol descarrilasen y provocasen la mayor tragedia ferroviaria de España en décadas. Instantes después se desvaneció y ya no volvió a respirar.