Quique tenía unos 14 ó 15 años cuando en la consulta de un psicólogo le diagnosticaron síndrome de Asperger. El primer pensamiento que tuvo fue: «no sabía a lo que se referían, pensé que me estaban echando la bronca por algo que había hecho mal. Me sentí defectuoso y mal».

Para llegar a este punto en la vida de Quique, tuvieron que darse unos hechos concretos que le llevaron tanto a sus padres como a él mismo a comenzar a notar unas diferencias respecto a sus compañeros de clase y un comportamiento distinto al que correspondía para la edad de la adolescencia. Los recreos los pasaba solo deambulando por el patio, y como él mismo relata, «mis compañeros se portaban de forma diferente, yo pretendía seguir portándome como lo había hecho hasta ahora, como un niño pequeño. Los demás preferían crecer». Al fin y al cabo, todo radicaba en que la madurez de aquel momento no era la que debería. Quique desarrollaba su vida diaria bajo unos hábitos que le hacían distinguirse del resto, como no relacionarse con personas de su edad, sedentarismo y auto marginación, no entender dobles sentidos, ironías y sarcasmo, y lo más significativo en las personas que tienen Asperger, no le gustaban los cambios en costumbres y siguía unos patrones a la hora de realizar cualquier actividad diaria.

Para comprender toda aquella situación y recibir la ayuda que se precisaba, Quique acudió a APSA, entidad cuyo objetivo es proporcionar a las personas con discapacidad intelectual la mejor atención posible para aumentar su calidad de vida y desarrollar al máximo su autonomía. Aquí, aprendió lo que era el síndorme de Asperger y se relacionó con otras personas con discapacidad. «Resultó que me preocupé por nada», cuenta Quique. El miedo y la inseguridad le invadían ya que le habían sacado de su zona de confort, pero con el paso del tiempo y la realización de talleres en la asociación fue superando barreras que hasta ese momento no se veía capaz de superar. En la formación que recibió de APSA aprendió un oficio, el de limpieza, le ayudaron a salir solo a la calle, a darse de alta en el paro y renovar la demanda, y todo ello contribuyó a crear y desarrollar su autonomía personal.

Fue así como se produjo un gran cambio en la personalidad de Quique, quien comenzó a sentirse más cómodo, relajado y aliviado al ver cómo funcionaba todo y comprobar que se relacionaba bastante bien con sus compañeros. Había crecido como adulto y ahora sí podía decir que se conocía a sí mismo. Y un paso más dio en su mundo académico, concluyó sus estudio de secundaria e hizo un grado medio de informática.

Actualmente, el joven trabaja como informático en el servicio técnico de APSA arreglando los ordenadores y enseñando a chicos que hacen prácticas de módulos de grado medio y superior. Vive con su padre y lleva con su novia unos seis años, sin embargo de momento no tienen la necesidad de vivir juntos, ni lo han pensado como plan a corto ni largo plazo. No les gustan los cambios y quieren que las cosas sigan como están. Y aunque Quique se plantea ser padre en un futuro, su pareja, quien también tiene discapadidad, no le acompaña en este camino. Como el joven cuenta con bastante conciencia de los hechos, «soy lo bastante buen padre como para saber que no tengo que ser ahora padre».

Él mismo se define como «una persona que tiene asperger. No somos una etiqueta, no más de lo que otra persona, es un aspecto de mi vida pero nada más. Ni lo oculto ni lo divulgo. El diagnostico no cambió nada en mi vida, solo le dio nombre y con ello una respuesta». Una idea que le gustaría que todas personas que tienen una discapacidad o trastarno del desarrollo interiorizaran y aplicaran a su vida personal.

Aunque le infunde respeto, ahora sus próximos retos consisten en sacarse el grado superior de informatica e independizarse. Y sin olvidar su pasión por el dibujo, le encantaría en un futuro dibujar un cómic y hacerlo por su cuenta.