En Argentina, la ley sobre derechos del paciente, historia clínica y consentimiento informado -conocida como ley de "muerte digna"- tuvo como antecedente a una protagonista de tan solo tres años que se convirtió en todo un símbolo: Camila. Desde que nació, vivió en estado vegetativo y, finalmente, fue desconectada del respirador que la mantenía con vida. Fue la primera tras la aprobación legislativa.

No es el mismo caso de la niña de Andrea, que vivía gracias a sus órganos vitales, aunque con alimentación artificial y sin posibilidad de mejoría de su enfermedad neurodegenerativa. Comparten ambas historias, sin embargo, el dolor de los padres de las niñas.

"Vivir es un derecho, no una obligación", dice el personaje gallego Ramón Sampedro, interpretado por el actor Javier Bardem en la película Mar adentro, dirigida por Alejandro Amenábar. El Ramón de carne y hueso tenía 55 años y había pasado casi tres décadas postrado en una cama. Sólo podía mover la cabeza, después de golpearse al tirarse al agua en la playa de As Furnas (Porto do Son, A Coruña). En los años noventa comenzó una larga batalla para que la Justicia española autorizara su muerte, pero nunca lo consiguió. Con ayuda de su amiga Ramona Maneiro y una red de apoyo, culminó el deseo de morir en 1998. Logró consumir un veneno por su cuenta y dejar sus últimos minutos grabados en vídeo.

No es lo mismo eutanasia que muerte digna, aunque ambas fueron dejando sus huellas en el mundo. Cierran y abren debates con opiniones totalmente divididas e ideológicas. Recientemente, el caso de la norteamericana Brittany Maynard, que tenía 29 años cuando se enteró de que padecía cáncer reabrió la polémica y hasta el propio Vaticano salió a remarcar su postura al respecto.

"Morir con dignidad" implica "vivir dignamente hasta el último momento" y "su consideración como ser humano" y su "participación en la toma de decisiones" así como el "respeto a sus creencias y valores".

En cambio, la eutanasia se refiere a "la provocación intencionada de la muerte de una persona" y que se realiza únicamente en aquellos casos en que esta "padece una enfermedad avanzada o terminal", hace "petición expresa" de ello, y se realiza "en un contexto médico", explican desde el Grupo de trabajo de atención médica al final de la vida de la Organización Médica Colegial (OMC).

En España en 2006, Inmaculada Echevarría, una mujer de 51 años, desde los 11 años con una enfermedad degenerativa, declaraba públicamente en el hospital de Granada donde vivía desde hacía 9 años conectada a un ventilador mecánico: "Mi vida no tiene más sentido que el dolor [...] esperar que alguien escuche, entienda y acabe con mi agonía; lo único que pido es la eutanasia; no es justo vivir así". Días después Inmaculada comunicaba al hospital su rechazo a la respiración artificial, un tratamiento que la mantenía con vida. Cinco meses después de su petición a la Junta de Andalucía, en 2007, moría Inmaculada, que fue trasladada a un hospital público.

También en 2010 en Suecia una joven de 32 años se convertía en el primer caso de eutanasia pasiva registrado, después de que el gobierno reinterpretara la normativa. La mujer que sufría una parálisis total y enfermedad neurológica degenerativa congénita y la dirección del hospital de Estocolmo autorizó apagar el respirador al que estaba conectada y la mantenía con vida.