Por eso un guiño es la atensala a un beso, una intención, la señal de un deseo que apurado viene detrás. Hay que besar sin aviso, sin preservativo pero despacito, que las prisas se contonean de forma vulgar.

El 95% de la información que recibimos de nuestro entorno nos llega a través de los ojos. Demasiada responsabilidad para un solo sentido. El gusto, el tacto y el olfato apenas se reparten el 5% de todo el festín. Las neuronas olfativas mueren y regeneran sobre una base regular, la lengua nos proporciona la percepción del dulce, salado o amargo, porque hay besos amargos también, y el tacto, el más primitivo de los sentidos nos aguarda en los peldaños inferiores de la escala animal. Por eso hay que besar con los ojos cerrados, como criaturas ciegas, para no privar a estos tres sentidos de la posibilidad de llevarnos en volandas a la región más primitiva del ser humano, emplazamientos que no se registran en las cartas de los hombres; mientras perdemos la voz, o mejor, se nos va quedando dentro, hasta que sólo la oímos gemir.

Si hay sexo, luces, focos, ¡acción! Al hombre le excita la desnudez femenina. Su mirada se vuelve ebria y lasciva en medio del obsceno banquete. Te habla, incluso. Es amar con los cinco sentidos. Pero, a un centímetro de distancia de ti, besándote, ¿qué pretende ver? Nada. Porque no se ve nada. El hombre que besa con los ojos abiertos, no sabe besar. Es como el ojo de buey de un camarote de barco desde el que sólo se ve el mar frío e infinito, o un gran hermano que te mira, no siente pero te espía.

La alerta es el sexto de los sentidos, que ubicado en la corteza cingulada anterior del cerebro nos previene del peligro y, que, discretamente, cuando nos besan se apaga, se retira en silencio. Porque los besos nunca tocan a la puerta, sino que entran en tu vida por la ventana, por donde sólo llegan los ladronzuelos. El amante se pega a ti hasta confundir su saliva con la tuya. Si tienes amor me lo das, si no recibe el mío en silencio, contempla todo lo que es capaz de hacer en el trapecio sin red de mi corazón sediento. Eso es un beso. Un credo vitalicio que hace llover en el desierto, en los infiernos del alma, que alivia al solitario y sana al atormentado.

No se sale a la calle con un preservativo en la cartera. Las prisas se contonean de un modo vulgar. Se sale con una venda en el bolso, por si algún ladronzuelo te roba un beso con los ojitos abiertos, como sólo los sapos saben besar.