Suena ya a tópico utilizar aquel viejo tango de Carlos Gardel como lema para describir con detalle una escena. Pero aunque tópico lo cierto es que, en el caso de la agrupación socialista de Alicante, define a la perfeccción la semana a la que se enfrenta el partido: «Veinte años no es nada». Efectivamente, el socialismo alicantino afronta jornadas decisivas para su futuro con el mismo protagonista al frente de las operaciones que durante las dos últimas décadas: el exsenador Ángel Franco. Con menos influencia que nunca en la dirección del PSPV y en la cúpula provincial, sin embargo, Franco se encamina durante la asamblea convocada para el próximo sábado, salvo sorpresa mayúscula, a continuar ejerciendo el control del partido en la capital alicantina, un enclave estratégico para el socialismo de toda la Comunidad por su valor electoral y por su impacto en la marca en el resto del territorio provincial.

Durante las últimas dos décadas, Franco ha manejado siempre el partido a su plena voluntad. Primero, entre 1996 y 2004, lo hizo asumiendo en primera persona la secretaría general. A partir de entonces, lo ha hecho casi siempre por «militante interpuesto» y copando la mayoría de la ejecutiva con sus fieles. Sólo en tres momentos ha visto sacudido su poder. Primero cuando dimitió de la secretaría general el abogado Juan Antonio Román -el hombre al que el propio Franco eligió como sustituto tras su dimisión- después de que el exsenador impusiera el apoyo del grupo municipal al macroplán urbanístico de Rabasa -nada menos que 15.000 viviendas al margen del planeamiento de la ciudad- a favor del constructor Enrique Ortiz.

Posteriormente durante la gestora que se hizo cargo del partido cuando el veterano Antonio García Miralles logró desmontar el respaldo del partido a ese proyecto, le quitó el mando del grupo municipal y también de la candidatura a la Alcaldía que encabezó Etelvina Andreu para quedarse muy cerca de conseguir el gobierno municipal, una derrota por la mínima que le facilitó a Franco precisamente rehacerse para recuperar el mando. Y tercero: entre 2014 y 2016 se mantuvo al margen de la agrupación al aparecer en los «papeles de Brugal». A pesar de que se anunció su baja temporal del partido, la ejecutiva que encabeza Gabriel Echávarri con Carlos Giménez, uno de los fieles de Franco, como secretario de Organización nunca llegó a solicitar su suspensión temporal durante un periodo en el que, pese a todo, ejerció su gran capacidad de influencia dentro del partido.

Con esos altibajos, más o menos, Franco siempre ha mantenido el control de la estructura orgánica. Como ocurrirá, de la misma manera, a partir del próximo sábado en la que todo apunta que volverá a batir con claridad a los grupos críticos -aglutinados ahora a través de las plataformas «sanchistas»- con un candidato de su cuerda como el exconseller Miguel Millana, uno de los vicesecretarios de la ejecutiva local que ahora expira su mandato y al que el propio Ángel Franco apadrinó para entrar en la última ejecutiva de Ximo Puig. Será una dirección, con total seguridad, a la medida de los deseos del exsenador.

Ahora bien la asamblea del sábado -la más larga de la historia con una apertura al mediodía y el cierre pasadas las ocho de la tarde- que se jugará toda esta semana certificará, como adelantó este periódico, la sucesión de Gabriel Echávarri al frente del partido pero, sin embargo, dejará muchos cabos sin atar. Muchas incógnitas pendientes. Por lo pronto, Miguel Millana encabezará una ejecutiva de transición con una cabeza visible que descarta optar posteriormente al liderazgo electoral. Ese movimiento, por tanto, mantendrá la tensión por la futura candidatura a la Alcaldía incluso en el supuesto de que, finalmente, se produzca igualmente el relevo en el gobierno municipal entre Echávarri y Eva Montesinos como su persona de confianza. Una alternativa que no gusta a Franco que querra meter la cuchara en la lista. Continuará la tensión en la agrupación por la decisión de los críticos de presentar al exasesor José Miguel González Moreno pero también por el hecho de que quedará por estallar la desconfianza entre parte del grupo del aún alcalde y el exsenador. Veinte años igual.