Faltaban pocos minutos para arrancar la sesión de clausura del congreso del PSOE hace ahora justo poco más de dos semanas. En un acto concebido sólo a su mayor gloria, Pedro Sánchez estaba a punto de ser «entronizado» por segunda vez como líder socialista mientras Ximo Puig -sin ningún protagonismo por decisión propia en ese cónclave- se dedicaba a intentar explicar a periodistas de media España -incrédulos- los motivos por los cuales el nuevo mando de Ferraz le quería defenestrar al frente del PSPV. A las puertas del Palacio de Congresos de Madrid, Andrés Perelló -dirigente valenciano de Izquierda Socialista, conocedor como pocos de todos los entresijos del partido y ya rehabilitado por el propio Pedro Sánchez para entrar en su nueva ejecutiva federal- radiografiaba en medio de un corrillo con extraordinaria precisión la batalla, una más, a la que se asomaba el convulso PSPV: «Ni el País Valenciano es España. Ni Ximo Puig es Susana Díaz. Ni Rafa García es Pedro Sánchez. Lo veo muy precipitado».

Nadie atendió. Hace demasiado tiempo que en el socialismo valenciano se escucha poco y se reflexiona aún menos. Apenas 24 horas después, como ya estaba cantado, el alcalde de Burjassot ratificó su candidatura con la bendición de Ferraz. En su presentación había dos miembros de la nueva ejecutiva federal -el ilicitano Alejandro Soler y la castellonense Susana Ros- además de los principales colaboradores de José Luis Ábalos, el nuevo jefe del «aparato» de Pedro Sánchez. Y así arrancó una larga campaña por el control del PSPV que tenía, sin duda, un primer asalto en el que había muchísimas cosas en juego: la recogida de avales. Salvo algún error clamoroso como la foto que ha corrido como la pólvora en las redes sociales junto a Ángel Franco durante las Hogueras de Alicante, el presidente de la Generalitat, a diferencia de la menguante Susana Díaz, se ha crecido y ha ganado apoyos entre los que en su día se alinearon con Pedro Sánchez a medida que pasaban los días. Después del revolcón de casi 36 puntos de diferencia en esas primarias a favor de los «sanchistas», Ximo Puig le ha visto las orejas al lobo y ha pisado en pocos días más agrupaciones de las que había visitado hasta ahora en el tiempo que ya lleva al frente del PSPV.

Rafa García, por su parte y como vaticinó Perelló, tampoco es Pedro Sánchez. Ni ha podido cuadrar un relato propio -Sánchez sí lo tenía con el episodio del famoso comité federal que aceleró su caída-; ni su discurso tiene la épica de emplazar a los militantes a devolver el poder al que lo había tenido que ceder ante la presión del «establishment» socialista; ni suple esas carencias con un alto grado de conocimiento. Ni siquiera puede recurrir al «no es no» cuando Puig encabeza un gobierno de izquierdas en la Generalitat veinte años después junto a Compromís y el apoyo parlamentario de Podemos. Su única esperanza hace quince días, cuando Ferraz lanzó su candidatura para teledirigir desde Madrid el PSPV en un movimiento que poco se corresponde con el mensaje federalista y plurinacional de Pedro Sánchez, era mantenerse subido encima de la ola de cambio que se llevó por delante a Susana Díaz. Y esa ola, alimentada por un momento concreto, ya no tiene, ni de lejos, la misma fuerza. Para este proceso se ha desvanecido y parece complicado que, dada la falta de argumentos, se pueda reactivar de cara a la votación del 16 de julio. Evidencia de que el escenario de la Comunidad Valenciana no tiene el mismo abono con el que Pedro Sánchez enriqueció el caldo de cultivo de su victoria en España.

Todo eso se ha traducido en un primer asalto claramente favorable a Ximo Puig, como reconocen los dos bandos. Hay gente que le «prestó» su respaldo a Pedro Sánchez hace mes y medio pero que ahora, por contra, se ha negado a sumarse a la revuelta y está con el presidente de la Generalitat. Hasta el punto de que le ha dado la vuelta a la tortilla. De perder con estrépito en su apuesta por Susana Díaz en avales y en la urna; ahora ha dominado claramente con las firmas: casi 7.600 rúbricas frente a las poco más de 4.400 de Rafa García, que ha logrado poco más del 30% que siempre se suma al pelotón de los «enfadados» en cualquier cita interna de los socialistas. Para los «sanchistas», esa cifra de avales para Puig está «hinchada». Pero, sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió en el duelo entre Pedro Sánchez y Susana Díaz y a pesar de que es necesario esperar al resultado que arrojan las urnas, las expectativas y las sensaciones -fundamentales en la política- favorecen ahora al jefe del Consell. Nada es ni siquiera parecido: ni en el PSPV ni en el mapa político de esta Comunidad. Y en Madrid todavía no se han dado ni cuenta.

Sólo un vuelco de proporciones mayúsculas -en ambas candidaturas son conscientes de esa situación- acabaría provocando un relevo de Ximo Puig al frente del PSPV, algo que, a día de hoy, parece alejarse. Certifica el error de Pedro Sánchez para convertir su estrategia para la Comunidad en una extensión de la que utilizó para ganar cuando la batalla tenía como escenario el conjunto de España. Ayer mismo, de hecho, José Luis Ábalos, el otro dirigente junto al líder del PSOE que puede salir más tocado de este envite en su condición todavía de secretario provincial de València, se tuvo que emplear a fondo en Madrid durante la rueda de prensa posterior a la reunión de la ejecutiva federal para intentar desvincular la operación contra Puig de cualquier movimiento de Ferraz y, de paso, tratar de evitar la imagen de debilidad en caso de una posible derrota. Ponerse la venda antes de la herida. O, más allá, empezar trazar una «entente cordiale» con Puig a medio plazo. Pronto se verá.