Hace apenas veinte días, durante el acto de proclamación de la Bellea del Foc celebrado en el Adda el pasado 27 de mayo, el vicepresidente tercero de la Diputación, Carlos Castillo , -autoproclamado en muchos actos a los que acude como «delegado» de la institución provincial en la ciudad de Alicante- movió todos los hilos que pudo para, en representación del ausente César Sánchez, sentarse en la primera fila junto al alcalde Gabriel Echávarri en ese escaparate social del mundillo de las Hogueras. Justo esa mañana se había celebrado el congreso provincial del PP con la reelección de José Císcar y se abría ya paso la convocatoria de las asambleas locales con Alicante como uno de los puntos fuertes de esa batalla. La imagen le servía a Carlos Castillo para elevar todavía más la apuesta en la que llevaba meses invirtiendo con un único objetivo: convertirse en líder del PP de Alicante y optar a la Alcaldía. Con Castillo sentado junto a Echávarri, llegó al acto Isabel Bonig,que venía de Torrevieja donde había clausurado ese congreso provincial y se ubicó en una fila secundaria junto a otros diputados autonómicos del PP. Pero también muy cerca de Luis Barcala. Ante la atenta mirada de Castillo, Bonig compartió conversación con el portavoz municipal en el Ayuntamiento de Alicante, el otro aspirante que, en ese momento, tenía decidido dar el paso para hacerse con la presidencia del PP en la capital.

La escena no pasó desapercibida para los cargos populares que acudieron a esa cita fogueril. Era la metáfora de la fractura a la que se asomaban los populares de Alicante en su congreso. Y la evidencia de una herida abierta casi desde el arranque del mandato cuando Barcala y Castillo se colocaron «de rebote» en los dos puestos clave que permitían luchar no sólo por el control del PP sino, sobre todo, por una Alcaldía que, en estos momentos, la cúpula popular da por descontado que recuperará en 2019 ante el hundimiento del tripartito de izquierdas. Barcala se convirtió en la imagen de la oposición municipal. Pero accedió a la portavocía del PP gracias a la decisión de la candidata Asunción Sánchez Zaplana de buscarse un sillon más cómodo en el «cementerio de elefantes» del Senado. Y Carlos Castillo se situó como el «hombre duro» del equipo de la Diputación, la institución clave en la lucha del PP contra el proyecto de Ximo Puig y Mónica Oltra en el Consell. Pero también se lo encontró de casualidad como consecuencia de la renuncia del propio Císcar a su escaño en el Palacio Provincial. Y esa situación, posiblemente, les empujó a ambos a investirse de una «legitimidad extra» con el refrendo a todas esas aspiraciones de los órganos del PP y sus militantes.

Ocurre, sin embargo, que Císcar tenía otros planes. El presidente provincial del PP quería ofrecer a Génova un calendario congresual tranquilo frente al escándalo por todo lo alto que los populares tienen montado en la provincia de València para aumentar aún más, si cabe, su poder y capacidad de influencia. Y tampoco quería convertir este proceso en un «primer asalto» de la decisión por la candidatura a la Alcaldía de Alicante, entre otras cosas, porque queda año y medio para que Génova dicte sentencia a propuesta de la cúpula provincial y hay posibilidad, de aquí a entonces, de elegir a uno de los que ya están pero también de buscar un cartel electoral nuevo. De ahí que se esforzara, desde la reunión de la Junta Directiva en la que se convocó la asamblea de Alicante para el 7 de julio, en reclamar un consenso y en advertir a unos y a otros que el candidato se elegirá cuando toque, señal inequívoca de que todas las alternativas para elegir el aspirante del PP en 2019 están a día de hoy completamente abiertas. Si Císcar hubiera tenido clara su propuesta de alcaldable hubiera apoyado a alguno de los dos como aspirante oficial, algo en lo que el presidente provincial ni siquiera ha querido entrar.

Con esa presión y casi por obligación, Luis Barcala y Carlos Castillo se sentaron a negociar un acuerdo que la cúpula provincial quiere extender a otros grupos del PP como el que puede representar Carlos Mazón y que, al final, dejarán la presidencia local del partido en manos de Toño Peral, jefe de gabinete de César Sánchez en la Diputación. Una opción de perfil moderado para que la agrupación popular de la ciudad de Alicante -una molestia para todos los presidentes provinciales desde Eduardo Zaplana hasta el propio Císcar pasando por Julio de España o el propio Joaquín Ripoll- se acabe diluyendo poco a poco sin generar demasiados ruído. Al tiempo. Ninguno de los dos aspirantes salen bien librados del «pasteleo». Ni obtienen el refrendo del partido que necesitaban a su labor ni logran un refuerzo orgánico para colocar la organización a su servicio. Todo lo contrario.

Barcala, el encargado de dar la réplica a Echávarri, tiene la ventaja de estar al frente de la bancada municipal. Pero ahora lo hará con el lastre de no haber tomado el mando del PP. Y Castillo en la Diputación es gobierno c0n lo que tiene que asumir el desgaste de pararle los golpes a César Sánchez, contra el que ahora se van a multiplicar los ataques. Difícil llegar sin heridas a 2019. Y mientras Císcar, con mando en plaza en el PP, influencia en Génova y el principal báculo de Bonig, tendrá manos libres para tratar de encontrar al candidato con el que intentar recuperar Alicante sin presiones. Ni de la nueva dirección local. Ni de nadie.