Los socialistas caminan hacia territorios hasta ahora desconocidos. Es verdad que, a finales de los 90, Josep Borrell le ganó unas primarias al entonces secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, para convertirse en el candidato socialista a la presidencia del Gobierno. A los pocos meses a Borrell le abrieron la puerta antes de dimitir. Y también es verdad que, tras la debacle electoral de Almunia en 2000, Zapatero venció contra todo pronóstico al «oficialismo» de José Bono por apenas nueve votos en un congreso con delegados. Lo ocurrido ahora es otra cosa. La victoria de Pedro Sánchez contra todo el «aparato· socialista era más que una posibilidad. Empezó a tomar cuerpo después de tratar de «tu a tu» a Susana Díaz en la recogida de avales. Pero lo que, quizá, no entraba a priori en ese guión era la comodidad -casi once puntos de diferencia- con la que el madrileño -vencedor con rotundidad en todas las comunidades salvo en Andalucía y el País Vasco- volverá a ocupar el principal despacho de Ferraz.

El alcance de ese triunfo y las condiciones en las que se produce marcan, precisamente, una línea hasta ahora inédita para el PSOE. Muchos escenarios sin explorar. Desde esta misma mañana, el nuevo líder tendrá que lidiar con una «patata caliente»: la relación que quiere tener con el resto de la izquierda y, especialmente, con el líder de Podemos, Pablo Iglesias, que le urgirá a posicionarse sobre la moción de censura contra Mariano Rajoy. Anoche mismo en un mensaje de Twitter, Joan Baldovi, líder de Compromís en el Congreso y a favor de esa reprobación, felicitaba a Sánchez pero le apremiaba a decidirse ya sobre la iniciativa para relevar al PP en el gobierno. Y lo tendrá que hacer desde una imagen de debilidad de cara al exterior: por primera vez en la historia, el nuevo líder del PSOE -dimitido de su escaño de diputado cuando fue apartado de la secretaría general- no estará en la bancada del Congreso y no podrá darle la réplica ni a Rajoy ni tampoco a Iglesias, algo que ya ensayaron con malos resultados durante años los socialistas valencianos. Un problema de visibilidad en un grupo parlamentario que, además, está poblado de diputados que apostaron por la andaluza. Anoche mismo ya dimitió Antonio Hernando como portavoz en el Congreso un segundo antes, eso sí, de que lo echaran.

Pero, además, a partir del miércoles empieza, después de la recogida de avales y de las primarias, una tercera vuelta de este proceso. Arrancarán las asambleas para elegir a los delegados que participarán en el congreso federal que dentro de justo un mes tendrá que definir el proyecto político del PSOE y la nueva ejecutiva federal. Y Pedro Sánchez se enfrenta a ese cónclave al frente de un partido sin cuadros dirigentes -sólo cinco secretarios provinciales, entre ellos los de Valencia y Alicante le apoyaban- y con casi todos los referentes institucionales -entre ellos el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, y los principales alcaldes del PSPV como Gabriel Echávarri y Carlos González, derrotados en Alicante y Elche, respectivamente- y los históricos del partido completamente desautorizados por los militantes. En su intervención, Pedro Sánchez tuvo que aplacar los abucheos de sus partidarios cuando citaba a sus rivales.

Una reacción y un resultado que demuestra hasta qué punto llegaba el nivel de enfado de parte de los afiliados por la forma en la que se gestionó la salida de Sánchez de la secretaría general y por una abstención que, aunque evitó unas terceras elecciones, a la postre le entregó el mando a Rajoy. Un partido condicionado por la relación con Podemos; con sus principales cargos públicos -algunos tratarán de resituarse- cuestionados al salir derrotados de estas primarias en las que se habían posicionado claramente con Susana Díaz y pendientes de la batalla de los congresos provinciales y autonómicos; con una oposición parlamentaria en Madrid descabezada; y que, encima, tendrá que vencer la resistencia de una parte de los electores socialistas -ayer sólo votaban los afiliados- que preferían a la andaluza con un discurso más moderado frente a una opción como la de Pedro Sánchez a la que una porción de los potenciales votantes del PSOE colocan muy a la izquierda. Casi al lado de Podemos. Una situación muy difícil y desconocida para un partido clave en la historia democrática de España.

Tras conocerse el resultado, el presidente Puig evitó salir en público a valorar los resultados. Pedro Sánchez arrasó en las tres provincias de la Comunidad y dobló en votos a Susana Díaz. Eso deja el liderazgo de Puig y su proyecto político para el PSPV en la cuerda floja. El entorno de Puig confiaba en una victoria, aunque fuera mínima, de Susana Díaz y auguraba problemas en el caso de que, al final y como así ha pasado, venciera Pedro Sánchez. El resultado cosechado ayer deja al presidente de la Generalitat en minoría para presentarse a las primarias en las que se decidirá si renueva al frente del PSPV, puesto al que ya ha anunciado que volverá a optar. Parte del bando «sanchista» ya lleva días deslizando que el objetivo es moverle la silla a Ximo Puig al frente del partido sin tener en cuenta que eso, al final, también desestabiliza el gobierno de la Generalitat, que los socialistas recuperaron, aunque en coalición, después de veinte años de oposición.

Pero aunque Puig salve la situación y logre mantener la secretaría general del PSPV, lo cierto es que los «sanchistas» condicionarán la ejecutiva, el proyecto político que salga de ese congreso que los socialistas valencianos quieren celebrar a finales de julio e, incluso, esa intención que tenía el jefe del Consell de remover de nuevo toda la estructura del partido para liquidar las provincias y volver a la organización comarcal. ¿Y en Alicante? Más allá de lo que ocurra con la organización provincial, el resultado, desde luego, abre la vía para la renovación del partido en la capital de la provincia, controlado durante los últimos veinte años por las huestes del exsenador Ángel Franco. Desde entonces no había perdido nada. Ni asambleas ni votaciones ni ejecutivas. Ayer se acabó rompiendo esa hegemonía. Y eso abrirá seguro la veda. La batalla está servida.