El PP de la Comunidad llegó ayer a su congreso regional con varias consignas: trasladar una imagen de unidad, desmarcarse de los «errores» del pasado -término acuñado por González Pons-, rearmar su discurso y aupar a Isabel Bonig de cara a los comicios autonómicos de 2019. El de ayer, por ende, no fue un cónclave cualquiera. Y eso se palpaba en el ambiente.

Tras el varapalo de la cita con las urnas de 2015, en la que el PP perdió la Generalitat, los grandes ayuntamientos y la Diputación de València, ayer tocaba insuflarse una inyección de moral. Y así se trasladó de cara al exterior. Ni un mal gesto, ni una mala cara, ni una sola discusión? Hasta el presidente provincial del PP en València, Vicente Betoret, mantuvo la sonrisa a lo largo de toda la jornada? y eso que no resultó del todo bien parado en el reparto de cuotas.

Un aspecto resultó evidente: se apeló a la unidad del partido y se ejemplificó a lo largo del día. Lejos quedan ya las batallas entre campistas y zaplanistas, rusistas y fabristas? Todos se postularon del lado de Bonig y así lo hicieron ver. La mejor muestra fue la comida. Tras el intenso debate de la ponencia política, la ingente mayoría de cargos y afiliados que poblaron ayer el Palacio de Congresos de València enfilaron hacia las escaleras y tomaron el ágape, paella incluida, en el propio recinto en el que se está celebrando el cónclave interno. A razón, eso sí, de 20 euros por cabeza. Fueron pocos, muy pocos, los que optaron por marcharse.

Buena parte de la segunda planta del inmueble la copó la delegación alicantina. Con el presidente provincial, José Císcar, a la cabeza, la representación de la provincia fue más que amplia. Fue la más numerosa de la Comunidad -alrededor de 850 personas, según fuentes de la dirección provincial-, entre las que se encontraban los principales cargos públicos y orgánicos del partido. El presidente de la Diputación, César Sánchez -mostró su total sintonía con Císcar de cara al congreso provincial-; la práctica totalidad de la bancada popular en la avenida de la Estación; alcaldes, concejales, diputados autonómicos y nacionales, senadores... Nadie, o prácticamente nadie, se quiso perder la cita que aupó a Bonig.

Entre las «bajas» estuvo la del expresidente Francisco Camps. No se le mentó en ninguna de las tres ponencias, aunque finalmente el senador Agustín Almodóbar sí que logró que se aprobara una de sus enmiendas, en la que se ponía en valor el legado que ha dejado el PP en la Comunidad desde el año 95. Es decir, durante la época de Eduardo Zaplana, José Luis Olivas (condenado en el caso Bankia), el propio Camps y Alberto Fabra.

Y es que se avista un nuevo PP. Precisamente, el congreso de ayer también quiso marcar ese punto de inflexión: lo nuevo (que en realidad no es tan nuevo, porque Bonig ha mantenido el núcleo duro de su ejecutiva) y el «viejo PP» como comentaban en broma algunos militantes de cierta edad.

De los expresidentes, el único que se dejó ver ayer por el Palacio de Congresos fue Fabra. Mucho más relejado que cuando ostentaba la vara de mando, el exjefe del Consell departió con todo aquel que se le acercó y no borró la sonrisa de su cara en ningún momento. Se le veía contento. Justo igual que el delegado del Gobierno en la Comunidad Valenciana, Juan Carlos Moragues, que subió el último a la comida. Risueño, aún tuvo tiempo de recordar su pasado como conseller de Hacienda en uno de los momentos más complicados en la historia de las arcas valencianas. Y sobrevivió, como él mismo bromea.