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Atender la cuestión valenciana

Cohesión empresarial y unidad política para reclamar financiación e infraestructuras, algo que nunca había ocurrido

Ya se ha contado otras veces en estas mismas páginas esa anécdota que se venía utilizando en Madrid para reducir a la mínima expresión la capacidad de presión que podía llegar a tener la sociedad valenciana en defensa de sus intereses. Esa anécdota, decía, que describía a los empresarios de la Comunidad como un «cabàs de gats» peleándose en una habitación a los dos minutos de encerrarlos juntos. Era la manera, ironizaban en los centros de poder madrileños, de desactivar cualquier intento con una posición conjunta y cohesionada para reivindicar el papel que debe jugar un territorio que supone nada menos que el 11% de la riqueza de España pero que a cambio, sin embargo, sufre un expolio sistemático en el reparto de la financiación -unos 1.300 millones anuales y más de 15.000 de deuda histórica- y también de las inversiones, muy por debajo del peso de la Comunidad y sin atender infraestructuras clave como el Corredor Mediterráneo.

Frente a ese habitual «menfotisme», desde luego, ni en círculos de Madrid ni en los despachos de La Moncloa ha debido gustar ni un pelo dos imágenes que se han producido durante los últimos días y que, desde luego, vuelven a evidenciar un cambio de rumbo que ya se venía perfilando con intervenciones como la de Ximo Puig en la Conferencia de Presidentes Autonómicos; o con iniciativas parlamentarias como la de Joan Baldoví, portavoz de Compromís en el Congreso, exigiendo esa conexión ferroviaria que a través de Cataluña conduce directamente a Europa. Un giro de 180 grados en la posición de la Comunidad. En la imagen de unidad de la sociedad civil y del arco político. Y también en el mensaje para exigir al Gobierno de Mariano Rajoy lo que corresponde a los valencianos. Ni más ni menos. Sin perjudicar a nadie pero sin renunciar a nada. Certificar, en síntesis y como repite Ximo Puig, que esta Comunidad se ha cansado de «ofrenar noves glòries a Espanya» a cambio de no recibir nunca lo que le toca.

Hay dos imágenes, apuntaba, que por separado tienen un enorme valor pero que unidas suman, si cabe, todavía más enteros. La primera instantánea se tomó en ese vagón de tren que trasladó la semana pasada a los principales empresarios de esta Comunidad a Tarragona para reivindicar, en compañía de sus homólogos catalanes, la conexión del Corredor Mediterráneo. Aguantaron el trayecto sin peleas conocidas, echando por tierra esa anécdota con la que se ninguneaba a los valencianos en Madrid. Y más allá de eso fueron capaces de reivindicar juntos un proyecto clave para la Comunidad: Cataluña es uno de nuestros principales mercados comerciales. Pero de paso, además, hicieron más por el encaje de los catalanes en España de lo que, hasta aquí, ha logrado Rajoy y la estrategia del PP. Evidencia que, desde luego, no gusta en La Moncloa. El problema catalán, como admiten sin tapujos altos dirigentes populares, no se resolverá a golpe de decreto. Tendrá que abordarse con largas conversaciones, dosis de cariño y ejemplos de buena relación como ese acto conjunto para reclamar una de esas infraestructuras que genera riqueza pero que, sobre todo, une y cohesiona.

La otra imagen se produjo esta misma semana durante el pleno de las Cortes. Unanimidad política a la hora de reclamar la financiación y un trato justo en el reparto de inversiones, en una propuesta que ninguna fuerza parlamentaria se atrevió a rechazar. Votó a favor todo el hemiciclo. Desde la izquierda radical de Podemos hasta la derecha de C's y el PP junto a los dos partidos que forman el gobierno: los socialistas y Compromís, cuyo portavoz Fran Ferri era el impulsor de la propuesta. Y el asunto ya no se quedaba sólo en reclamar a voces. Había una alternativa encima de la mesa: celeridad en la reforma del sistema para que este año se puedan empezar a aplicar soluciones y un plan de choque de inversiones para compensar a la Comunidad con 1.200 millones anuales durante una legislatura completa. Acostumbrada a la docilidad y en ocasiones el silencio genuflexo de esta Comunidad, en Madrid deben pensar que los valencianos se han descontrolado. La cuestión es que entiendan, de una vez por todas, que tienen que «atender» ese mensaje.

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