Conocí a Antonio Martín Lillo cuando no le llamaban por su nombre, a principios de los 70, en tiempos en los que era el máximo referente del PCE en la clandestinidad en la provincia. Tuvimos una relación frecuente y una estrecha colaboración política porque él me incorporó a la dirección provincial del partido. Trabajamos juntos durante la Transición y fundamentalmente tras la legalización del partido en abril de 1977, y fue una relación estrecha hasta mi abandono de la formación en 1981, cuando dimití de teniente de alcalde del Ayuntamiento de Alicante y como diputado provincial, el único que tenía el partido. Después nos hemos visto esporádicamente. Mi estima personal se la ganó rápido por su gran valía política y, sobre todo, por su gran valía humana.