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La militante que tenía línea directa con Madrid

A pesar de no haber ostentado nunca un cargo orgánico, Barberá tenía una fuerte influencia en el PP

El pasado 15 de septiembre Rita Barberá rompió su carnet del Partido Popular. Hasta entonces presumía de ser la militante número tres de la antigua Alianza Popular, el germen del PP durante la Transición. Aunque el caso Taula terminó por romper este idilio, lo cierto es que la «alcaldesa de España», como la llamaba Mariano Rajoy, era la única en el PPCV que contaba con línea directa en Génova. Un peso que jamás tuvo ningún miembro más del ala valenciana del partido.

La senadora se había ganado este privilegio y rédito desde que en 1991 plantó una pica en Flandes y se convirtió en la primera alcaldesa popular de una de las tres grandes ciudades españolas (Barcelona continuaba en manos del socialista Maragall). El PP iniciaba su irrupción en las instituciones mientras el mapa electoral todavía mostraba un predominio rojo; ella se convirtió en un valor a exhibir, no solo en ese momento, sino durante décadas. No en vano, era una de las pocas representantes populares que hacía «tourné» y campaña electoral en otras comunidades autónomas, a pesar de no ostentar nunca un cargo orgánico.

En julio de 1995 llegó al gobierno autonómico Eduardo Zaplana, y con él, el choque de liderazgos. Barberá contaba con el respaldo del partido a nivel nacional y esa popularidad de «reina de los mercados» le abría todas las puertas, menos las del Palau de la Generalitat, ya que el entonces presidente tenía muy claro que al igual que él no podía entrar en el coto privado de poder en que había convertido la alcaldesa a la ciudad, tampoco podía ella entrar en el autonómico.

La época dorada no solo de Barberá, sino del PP valenciano que se unió a la del PP nacional, la representó cuando llegó su hijo político al Consell. Francisco Camps, que fue concejal en el Ayuntamiento de Valencia, significó para la alcaldesa una comunión perfecta entre lo político y lo ideológico. Más cercanos al ala derechista y católica del partido, el tándem Camps-Barberá, cristalizado en la retina y el imaginario de miles de valencianos en aquella foto en el circuito de Cheste subidos en un Ferrari, llenó plazas de toros en las que Mariano Rajoy era el protagonista.

Presente en el juicio de Camps

Entraba y salía del Palau como una consellera más; Rita era uno de los apoyos más importantes para Camps. Ella, que le amamantó políticamente hablando desde sus tiempos en el consistorio, estuvo junto al expresidente hasta el fin de su trayectoria pública. Tanto es así que le acompañó incluso cuando Camps ya se había convertido en un apestado para el partido, esto es, durante el juicio por el caso de los trajes de la trama Gürtel.

Génova comenzaba a mirar con recelo todo lo que provenía de Valencia, pero Barberá continuaba manteniendo su fuerza y la línea directa con Rajoy. Una relación forjada durante años, desde antes de que el gallego llegara a ministro. Según fuentes cercanas, éste siempre la apoyó, hasta donde pudo, cuando el cerco de la corrupción comenzó a cerrarse sobre ella. Nunca nadie en el PPCV gozó de unas relaciones semejantes con la dirección del partido general.

Cuando Camps dimitió en julio de 2011, Barberá, siempre referente en el partido también a nivel autonómico, participó en la mesa que designó a Fabra sucesor, pero nunca con la idea de que se presentara a las elecciones. Cuando el exalcalde de Castellón dio el salto como candidato, la exedil intenta establecer la misma relación que con Camps, pero no cuajó. La alcaldesa de España volvía a quedar reducida a su espacio local, ya no pisaba las moquetas del Palau de la Generalitat con la misma libertad que antaño, de manera que comenzó a fraguarse entre ambos un desapego que se hizo más que evidente en público. La famosa línea roja de Fabra, respaldada posteriormente también por Isabel Bonig (recomendada por Barberá de cara a Rajoy), se convirtió en zanja insalvable entre los nuevos representantes del PP valenciano y la vieja guardia representada por Barberá.

A modo de golpe encima de la mesa, la senadora se reunió entonces con Rajoy. «Aquí mando yo», vino a decirle a los suyos de la calle Quart. Estaba molesta con ellos. Habían arrancado una investigación por Feria Valencia, su propio partido se había vuelto contra ella. La relación con Bonig comenzó a resentirse cuando a ello se unió el caso Taula.

Todo comenzaba a revolverse para la que un día fue la imagen viva de las siglas del PP. Pero Barberá, aun estando ya fuera del ayuntamiento del «cap i casal», mantenía un poder férreo en el grupo municipal. Solo de ese modo se explica la creación de una gestora cuando todos menos un concejal resultaron imputados. Sin cargo orgánico en Génova, sin haber tocado nunca una cartera ministerial (para la que sonó varias veces) y sin acceder a la presidencia de la Comunidad Valenciana, Rita Barberá nunca dejó de influir en la derecha, y por tanto, en la política española.

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