No se pueden entender las tres últimas décadas de la vida política de esta Comunidad y, especialmente, del PP sin la figura de Rita Barberá. Alcaldesa de Valencia 24 años -entró en 1991 y dejó el cargo en las últimas elecciones-, diputada en las Cortes durante otros 32 -era la única, junto a Rafael Maluenda, con escaño en el Palau dels Borja durante todas las legislaturas hasta 2015- y ahora en el Senado como tránsfuga después de haber solicitado su baja del PP a raíz de la imputación por blanqueo de capitales en una investigación por la supuesta financiación ilegal de los populares en la ciudad de Valencia. Nada hubiera sido lo mismo sin el papel que ha jugado siempre esa alargada sombra de Rita Barberá. Para lo bueno en sus primeros mandatos. Pero también para lo malo en la recta final de su etapa en el Ayuntamiento de Valencia.

Llegó de rebote a la alcaldía en 1991 gracias a un pacto con la extinta Unión Valenciana de Vicente González Lizondo. Pero cuatro años más tarde, ya logró una clara victoria en la capital del Turia que, junto al ascenso en Alicante, catapultó al PP de Eduardo Zaplana a la Generalitat por primera vez en su historia. Sus espectaculares resultados en el «cap i casal» -el 20% del censo electoral autonómico- fueron decisivos a la hora de mantener a los populares en porcentajes de voto por encima del 50% con mayorías amplias en las Cortes para Zaplana en 1999 pero también para Francisco Camps, el jefe del Consell más votado de la historia en parte gracias a los continuos éxitos de Rita Barberá en las urnas.

Fue la protagonista, sin duda, de la gran transformación que experimentó la capital de la Comunidad a lo largo la década de los 90 y los primeros años del nuevo siglo. Con la imprescindible ayuda económica de la Generalitat -todo hay que decirlo-, Rita Barberá convirtió Valencia en una referencia no sólo en España sino también en Europa. Combinaba una imagen populista que conectaba en el corazón de la calle con las clases más tradicionales de «su» ciudad con ese punto de orden que trasladan todos los alcaldes de Valencia desde la Transición empezando por el socialista Ricard Pérez Casado y acabando por Joan Ribó, el edil que sustituyó a Rita Barberá hace año y medio en la alcaldía al mando de la candidatura municipal de Compromís.

Su opinión era clave cuando Génova tenía que tomar una decisión importante sobre el PP de la Comunidad. Era una habitual de los órganos de dirección del partido con un enorme influencia sobre dirigentes como José María Aznar o Mariano Rajoy. Sólo fracasó en el «sueño» de ocupar la presidencia de la Generalitat. Fue candidata de Alianza Popular al Consell en 1987 y cayó derrotada por Joan Lerma. Luego intentó hacerse con el cargo cuando Zaplana se marchó a Madrid en el verano de 2002. Pero, finalmente, los populares optaron por la interinidad durante unos meses de José Luis Olivas como antesala a la llegada de Camps, al que Rita Barberá había criado en la vida municipal valenciana y al que respaldó de forma incondicional.

Durante su última etapa en Valencia, sin embargo, se enfangó en el mismo lodazal en el que se había instalado el PP en la Comunidad. Denuncias por mala gestión en el consistorio, descontrol en el gasto -el «Ritaleaks»- y la imputación en una de las piezas del «caso Imelsa» vinculadas a la supuesta financiación ilegal de su partido. Decidió marcharse del PP, el partido al que había entregado su vida, llevándose el acta del Senado. El lunes declaró entre abucheos en el Supremo. Desde Génova dijeron: «Nada que opinar. No milita en el PP», apuntó Pablo Casado. Ayer, sin embargo, sus antiguos compañeros se deshicieron en elogios. Ya había muerto.