Era el día. El primer gran examen parlamentario del nuevo Consell de Ximo Puig y Mónica Oltra. El test que debía medir la salud del cambio que prometió la izquierda hace ahora poco más de un año. Y el presidente de la Generalitat no estuvo nada fino en su primer debate sobre el estado de la Comunidad. Falló. Llegó un cuarto de hora tarde a la sesión vestido con un traje gris y una corbata oscura. Y fue casi una premonición. El jefe del Consell tuvo algo más que un mal día. Desaprovechó el regalo que le puso en bandeja la evidente debilidad del PP, más pendiente en sus escaños de las idas y venidas de las decisiones de Rita Barberá que de lo que ocurría en la tribuna de oradores y con una líder todavía interina, para construir una rampa con la que tratar de relanzar la acción de su Consell. Todo lo contrario. Le dejó a Isabel Bonig una autopista para crecerse desplegando casi el único discurso que la dirigente popular ha demostrado hasta ahora saber dominar: dureza, tono contundente y carga de ideología jaleada con militancia desde los bancos del PP. Un discurso que conecta directamente con sectores de la sociedad valenciana que se han posicionado contra las medidas que ha tomado el Consell. Algo que se evidencia con el repunte del PP y el retroceso de la izquierda en las dos últimas elecciones generales celebradas en seis meses, como la propia Bonig se encargó de remarcar para tratar de dejar claro el desgaste que ha sufrido lo que definió como el gobierno del «Titánic».

A Ximo Puig se le presentaba una ocasión única no sólo de explotar la capacidad que tiene un presidente de proyectar nuevas propuestas sino también de hurgar en el calendario judicial del PP, agravado ahora más con el problema que se les avecina con Rita Barberá: de símbolo del partido a tránsfuga para protegerse de la corrupción. Lejos de eso, el jefe del Consell hilvanó una intervención inicial muy bien estructurada pero que resultó plomiza, soporífera en las formas, con pocos banderines de enganche y sin una sola propuesta novedosa a la que aferrarse para tratar de dar aire a la labor de su ejecutivo. «¿Con qué dinero?», se preguntaban diputados socialistas bajo el parapeto del expolio que sufre la Comunidad en el reparto de la financiación para disculpar a su líder. «Este debate ya no es como los de antes. Este gobierno hace dos seminarios al año en los que se conocen las propuestas«, justificaron fuentes de Presidencia. Hasta el aplausómetro de la bancada socialista resulto propio de una rutina. Cansino. Pura inercia.

El jefe del Consell consumió nada menos que 96 minutos de discurso -la mayor parte en valenciano aunque utilizó el castellano a la hora de desgranar el bloque económico- para trazar pinceladas, casi todas ya conocidas, de su gestión y sin apenas compromisos económicos: ratificar que inicia el rescate de las concesiones privadas de Sanidad; la Ley de Educación -ya anunciada por el conseller Vicent Marzà hace unas semanas en Alicante- con el decreto de plurilingüismo y el añadido de una oferta de pacto; la nueva figura que sustituirá a la Actuación Territorial Estratégica -la iniciativa urbanística que amparaba Ikea en Alicante- para atraer inversiones pero de acuerdo con el mandato aprobado en su día en las Cortes; lugares comunes para ceremoniar obviedades como que el turismo es importante o posiciones sabidas como que para el agua la principal alternativa junto al Tajo-Segura será la desalación; una huida hacia delante a la hora de explicar los choques con la Diputación: «nos hemos coordinado con eficacia», llegó a decir; y un decálogo económico que contenía un «refrito» de medidas que incluía hasta los planes de empleo que ya gestionó en su día el PP.

Ni el inequívoco compromiso de Ximo Puig contra la corrupción no le sirvió para entrar a matar a Bonig con el «efecto Barberá». Ni el recurso a elevar la justa queja a Madrid por el expolio que sufre la Comunidad con la financiación y las inversiones; ni proclamar la llegada de una etapa de «normalidad democrática» y de «renacimiento» del pueblo valenciano después de los últimos años de sobresalto diario con la gestión del PP, le sirvió tampoco al titular del Consell para trasladar la imagen de un proyecto sólido. Un año después y camino del ecuador de su mandato, el gobierno de izquierdas, al menos en el discurso que se dedicó a trazar el presidente en las Cortes, se mostró incapaz de demostrar que, pesadas herencias al margen, no tiene todavía un plan solvente para hacer frente al «agujero» con el que se topó tras las elecciones autonómicas de 2015. No puede presentar aún ni siquiera un acuerdo para reabrir Ràdio Televisió Valenciana, una de sus grandes promesas y que se mantiene en el bloqueo político.

A tres años aún de las autonómicas, Isabel Bonig no tiene la necesidad de ofrecer un proyecto alternativo. Todavía no le toca. Su trabajo ahora pasa por minar poco a poco al gobierno. Y cumplió con su objetivo. No hizo nada del otro mundo. Sólo el trabajo que sabe. Animada por su grupo de diputados, disparó con virulencia para tratar de desmontar toda la gestión del gobierno de Puig y Oltra. Rebatió la mejora económica, acusó al Consell de engañar, le reprochó al presidente que lleve 30 años como cargo público, percutió contra el «radical» Marzà para contentar a los padres de los colegios concertados, acusó a la izquierda de subir los impuestos... Habló de ridículo, de «bluff», de fracaso, de labor nefasta, citó a Venezuela y hasta tres veces a Zapatero. Mentó todas las bichas que desgastan a la izquierda sin enfangarse con el lío de Barberá. Y encima ese tono descentró en las réplicas al titular de la Generalitat, que no logró remontar el vuelo ni siquiera cuando más de tres horas después de iniciarse el debate intentó golpear a Bonig con la situación de la exalcaldesa de Valencia. No fue un discurso extraordinario. Pero la dirigente regional del PP sí logró lo que se había propuesto: desgastar con una intervención desde la «trinchera» en la que Isabel Bonig se mueve como pez en el agua. Poco más.

¿Y la nueva política? Dudas y muchas más dudas. Había expectación con el camino que tomaba Podemos y con la posibilidad de que el verso suelto del «Pacte del Botànic» intentará apretar el acelerador para ganar notoriedad. Pero el síndic morado, Antonio Montiel, apenas inquietó a Puig con un discurso previsible y apenas un reproche sobre la paternidad de la Agencia contra la Corrupción. Ahí quedó la crítica. Ciudadanos sí cambió de rumbo. Viraje de 180 grados. Alexis Marí, su portavoz, puso encima de la mesa un discurso durísimo contra el Consell en la línea de acercarse al PP que está marcando Albert Rivera desde Madrid. Dos posiciones con el mismo origen y puede que el mismo final.

Podemos en la Comunidad ni es gobierno ni tampoco oposición, como quedó claro en el debate. Y eso le condiciona frente a una formación como Compromís con estructura y liderazgo -Mónica Oltra- que le disputa el mismo espacio y que sí trata de rentabilizar su posición, como intentó trasladar desde la tribuna Fran Ferri, portavoz de la formación que comparte gobierno con Puig. A Alexis Marí le llegaron a aplaudir en alguna punto hasta los diputados del PP. Y ya se sabe: entre el original y la copia, los electores nunca buscan la falsificación. Aunque esté bien hecha. Dentro de un año, en el próximo debate, todos deberán ofrecer más. O eso, o no levantaremos cabeza.