«Pánico de oro». La expresión se acuñó en su momento para describir el trastorno psicológico que afecta a los arqueros sometidos a presión en una competición y que les hace errar en la diana cuando lanzan la flecha. Más tarde el término evolucionó al de «pánico objetivo» al descubrirse que los síntomas pueden ser experimentados cuando se apunta a cualquier otro objetivo. Ese pánico de oro, el miedo a no acertar en lo que resta de legislatura, empieza a sentirse en algunos altos cargos del Consell conscientes de que el tiempo corre y que el Gobierno del cambio debe ponerse las pilas para consolidar un proyecto político que en mayo de 2015 se presentó como el revulsivo a 20 años de política del Partido Popular.

El próximo curso político, que arranca oficialmente esta semana con el debate de Política General, y, sobre todo, el año 2017, supone la hora de la verdad para un bipartito que tras año y medio al frente de la gestión no puede seguir escudándose en la herencia recibida. 2016 entra ya en su fase final y este será el primer ejercicio completo del nuevo Ejecutivo, dueño en solitario de sus éxitos y fracasos. Es cierto que la mochila que han dejado los veinte años de mayorías absolutas del PP pesa y que, sobre todo en materia financiera, limita el margen de actuación. Pero el Ejecutivo de Ximo Puig tendrá que ver cómo cuadra el círculo y lograr que el giro prometido en las políticas de la Generalitat (sobre todo en el ámbito social y de creación de empleo) llegue a los valencianos de a pie.

La empresa es complicada y tiene como principal obstáculo las restricciones presupuestarias. Las cuentas de 2017, en las que el Consell está trabajando, son una prueba de fuego, no tanto por la plasmación de los distintos proyectos, sino por la capacidad del Gobierno valenciano de conseguir una mejora de la financiación que no los deje en papel mojado. Cumplir los acuerdos del Botánico y no tensar en demasía la cuerda con el Gobierno central, obligado a rendir cuentas ante Bruselas por los compromisos de déficit, constituye el meollo de la cuestión. Sin recursos y cogidos del cuello por el Ministerio de Hacienda, el amo de llaves de los fondos, difícilmente el Consell podrá ejecutar y visualizar sus políticas.

Con todo, la relación de la Generalitat con el Estado está por definir ya que dependerá de quien finalmente (y bajo qué condiciones) ocupe el despacho de la Moncloa. 2017 debería haber sido para los partidos con representación en la Comunidad Valenciana un año sin las turbulencias típicas de los procesos electorales. Superadas las autonómicas y teóricamente las nacionales, este debería ser un año donde el protagonismo de los partidos fuera más de puertas para adentro. Sin embargo, los procesos internos congresuales se solapan con un periodo de incertidumbre electoral.

Así, Ximo Puig llegará el miércoles a las Cortes con un documento con propuestas, pero sin saber si podrá o no contar con ayuda en Madrid. No obstante, al margen de si se tienen o no aliados, el fin de visualizar fuera de las fronteras de la Comunidad el «problema valenciano» en palabras del presidente, Ximo Puig, es capital. No se trata solo de conseguir un cambio en la financiación, sino de lograr ser un actor con personalidad propia y con el peso y la visibilidad de otras comunidades como las históricas. En el plano de los equilibrios y las relaciones, la cohesión del tripartito es otro de los retos. La idea de la entrada de Podemos en el Consell ha perdido fuelle este verano, al tiempo que el socio externo, que vive un proceso de convulsión interna, está comenzando a ser molesto para los socialistas.

El nuevo curso político tiene otro hito: la puesta en marcha de la nueva RTVV. El primer obstáculo es desatascar las negociaciones actuales, pero a corto-largo plazo el reto es una televisión profesional, que no acabe cayendo en los errores del pasado. La cuestión ética, que tanto espacio ocupa en el relato del bipartito, es también un desafío. El Consell se aproxima al ecuador de su legislatura sin un gran escándalo de corrupción a sus espaldas, pero ya ha tenido que encajar una remodelación por actuaciones poco éticas de algunos de sus cargos. Los vicios de la vieja política que amenazan el discurso de la regeneración.