Una sala noble de un hotel de lujo en Barcelona, con pesadas cortinas sobre grandes ventanales y un centenar de encorbatados representantes de la burguesía catalana. En ese ecosistema hizo ayer Ximo Puig su presentación en la sociedad barcelonesa. El entorno lo ofrecía el foro Barcelona Tribuna, promovido por la Societat Econòmica Barcelonina d'Amics del País y La Vanguardia.

Puig llegó con la mala noticia debajo del brazo del rechazo del Tribunal Constitucional al recurso valenciano a los presupuestos del Estado y a lamentar esa decisión dedicó sus primeros minutos ante la prensa antes de entrar en la sala, donde le esperaban prohombres de la sociedad catalana encebezados por los consellers catalanes Josep Rull y Jordi Baiget junto con los camaradas socialistas Miquel Iceta y José Montilla. Un histórico de la política, Miquel Roca, ejerció de presentador. Y de compañía de la tierra, el presidente de la Diputación de Valencia, Jorge Rodríguez.

El jefe del Consell traía de casa un discurso federalista, descentralizador y moderadamente catalanista, sin sonoras estridencias. «No debería ser novedad que el presidente de la Generalitat esté en Barcelona, pero lo es. Ojalá no vuelva a ser una anormalidad». Así empezó el almuerzo-coloquio.

Y lo acabó con el deseo de una nueva imagen para la Comunidad Valenciana («el país de los valencianos» fue la fórmula que utilizó en varias ocasiones) alejada de la corrupción y el despilfarro. «Queremos estar presentes en todos los debates y en la toma de posesiones, no seguir en la periferia invisible», dijo. «Otra España posible e integradora», no rupturista, por tanto, en la que le gustaría encontrarse con Cataluña.

Entre el principio y el final, un discurso en el que pasó por los principales puntos de conexión con los vecinos del norte. Habló de Europa, un continente «desorientado» que no es capaz ni de absorber unos miles de refugiados y que da prioridad a las «políticas radicales de austeridad».

Habló de una España en campaña electoral «casi perpetua», alejada de la política de verdad, que resumió en diálogo y capacidad de entender que las cosas han cambiado y existe una nueva diversidad territorial e ideológica. «¿Cuándo el debate de verdad y el fin del teatro político?», se preguntó.

Habló también del agotamiento del modelo autonómico, causado por el déficit de financiación, la arbitrariedad inversora del Estado y «un viaje explícito a la recentralización del Estado». Este argumento, siempre bien acogido en Cataluña, fue uno de los ejes de Puig: «Las elites centralistas no han digerido un proyecto de España desde la pluralidad».

Acusó así al Gobierno de Rajoy de utilizar «el dominio de la caja» para reducir el proyecto autonómico. ¿Las consecuencias? La sentencia del Constitucional contra el Estatuto catalán o la de ayer contra el recurso valenciano a los presupuestos. Y se refirió a los réditos del anticatalanismo, que «genera votos a algunos» sin pensar en el día después y recordó que uno de los nuevos valores del PP (Pablo Casado) «nos decía esta semana que somos el banco de pruebas del pancatalanismo».

Habló, claro, de la pérdida de competitividad que supone la ausencia del Corredor Mediterráneo en un país donde «todo ha de estar cerca de la Puerta del Sol» y abogó por la descentralización de instituciones.

Y habló de la «vía valenciana», en forma de Acuerdo del Botánico, que «no es revolucionario», sino «ligeramente socialdemócrata», pero «sensato» y aporta «honradez y estabilidad». «Lo que hemos aprendido es que no hay recetas para la prosperidad y nunca volveremos al neocapitalismo especulativo».

Eso afirmó, siempre en la lengua propia, la misma en la que fue presentado y en la que contestó cuando fue preguntado por asuntos resbaladizos, como el proyecto de independencia de Cataluña. Trasladó la responsabilidad al Gobierno español, «que ha de hacer algún movimiento», y exploró la cuerda floja del derecho a decidir: «Que el pueblo de Cataluña tome sus propias decisiones».

No podía faltar tampoco el desencuentro con Pedro Sánchez por el veto a la Entesa valenciana al Senado. Expresó su apoyo al líder socialista y al diálogo con todos «para no volver a fracasar» (como tras el 20D), defendió su propuesta desde una lógica «federal, valenciana» y lamentó «la interferencia nacional» en forma de propuesta de pacto estatal de Pablo Iglesias. Pero la batalla por un país más plural, sentenció, no acaba, «es de largo recorrido».