¿Qué es La política en los tiempos de indignación?

Si analizamos la historia reciente de la democracia hay tres momentos. Hasta la crisis económica en la que nos quejábamos del pasotismo y la poca implicación de la gente en las cosas de la vida pública. Hay un segundo momento con la crisis que coincide con la corrupción. Se produce una repolitización de la sociedad, la gente sale a la calle, hay una gran movilización en términos de ira contra una gestión de la crisis que repartía de forma desigual sus efectos. Hay cosas que a la sociedad le parecía aceptable en otras épocas y ahora son inaceptables. Y sostengo que hay una tercera fase que es cómo lograr que ese movimiento de la indignación no quede en un desahogo y se aproveche de forma positiva. No es una época de buscar un culpable sino de construir una responsabilidad colectiva. Es el momento de reconstruir.

Se ha logrado aprovechar algo negativo en positivo.

Una fuerza que en principio es negativa, de indignarse, puede ser algo que contruye unas mejores instituciones y la democracia en sí. Estamos en ese cambio, no es lo mismo la energía del no que la del sí.

¿Cree que ha habido una revolución?

La revolución tiene unos componentes épicos, más bien creo que estamos en un momento de transformación del sistema político.

¿Qué vamos a ver de esa transformación el 20-D?

El 20 de diciembre se verá una representación más plural de lo que teníamos en la época del bipartidismo cómodo, en el que había una alternancia de poder. En segundo lugar, va a ser una legislatura de reforma constitucional, no sé en qué dirección, pero no me cabe duda de que lo será porque hace falta. La Constitución ha sido muy poco flexible, rígida diría en cuestiones de no lograr dar respuesta a problemas, como el territorial. Lo ha dejado todo en manos del Tribunal Constitucional que se ha convertido más en un tribunal constituyente.

¿Qué cree que va a cambiarse de la Constitución?

Hay cosas como la sucesión dinástica, pero el nudo gordiano está en el tema de la territorialidad. El poder constituyente no estableció un listado de competencias y unos procedimientos de arbitraje verdaderamente imparcial para asuntos conflictivos. La reorganización del estado autonómico fue un gran error cometido en la transición. España era centralista y ya tenía los problemas de Cataluña y País Vasco, meter los dos asuntos en el mismo saco ha sido poco funcional. Por ejemplo, en la Comunidad Valenciana está la llamada cláusula Camps, por la que toda competencia que consigue otra Comunidad, Valencia tiene derecho. Y en el País Vasco ha sido cicatero en realizar esa trasferencia de competencias pendientes, con ellas el estado tiene una visión restrictiva. Hay una sensación de que siempre que hay un conflicto el estado es juez y parte.

¿Cómo ve el paso de Cataluña hacia su independencia?

Lo más relevante de la situación de Cataluña es que pone de manifiesto un fracaso monumental, una situación políticamente difícil que no se ha podido resolver políticamente y ahora parece que confiamos la solución a una aplicación estricta de la legalidad.

El panorama político se ha abierto, ¿le gusta lo que ve?

Esto es lo que hay. Lo que se demuestra es una sociedad más plural ante la institucionalización del bipartidismo. Es más plural en su estructura.

¿Cree que hay un cambio en las actitudes de la gente?

Creo que tiene que analizarse a través de procesos y sistemas y no de la voluntad de los sujetos. Qué ha pasado en Cataluña para que en unos años haya aumentado el número de independentistas. Y qué ha pasado en el País Vasco para que sus dirigentes mantengan la voluntad de un pacto amplio respaldado por la sociedad. Lo que está pasando en Cataluña tiene que ver con una mala gestión de los problemas. Lo que no tiene lógica es que el tribunal constitucional se pronuncie tras un referéndum. Esa dinámica sitúa a las instituciones enfrente de la gente, eso es un error.

¿Es una voluntad clara de independizarse?

Hay muchos lugares en Europa en los que hay territorios que se quieren salir de otros sitios. Yo sostengo que tras estas cosas no hay una voluntad de irse sino de renegociar las condiciones de permanencia. Son exhibiciones de fuerza para lograr una vía media, pero se hacen tan mal que es difícil lograr una vía media.