«La democracia ha sido una conquista feliz, pero debe ser permanentemente alimentada». Con estas palabras, el exministro de Justicia y exalcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, resumía la opinión del Círculo de Montevideo, un laboratorio de ideas en el que están representados exjefes de Gobierno, empresarios y otras destacadas personalidades, y resumía también una de las principales conclusiones a las que se ha llegado a lo largo de los últimos dos días en la cumbre iberoamericana que se clausuró ayer en la Universidad de Alicante. Fue en este foro en el que el expresidente de España Felipe González; el expresidente de Uruguay, cabeza visible del Círculo de Montevideo y desde el jueves doctor Honoris Causa de la UA, Julio María Sanguinetti; el expresidente de Colombia Belisario Betancur; o el expresidente de Chile Ricardo Lagos, entre otros, hicieron una firme defensa de la democracia, desde la autoridad que da en muchos casos el haber contribuido a la recuperación de las libertades en sus respectivos países. Ahora bien, la democracia tiene fugas y tiene riesgos, y así lo alertaron. No obstante, por encima de todo, avisaron del peligro que entraña la creciente desafección, especialmente entre los más jóvenes, algo que quedó en evidencia no sólo con palabras, sino también con hechos.

Al final, el intento de boicot del viernes por parte de estudiantes antisistema se quedó en nada, es verdad. Sin embargo, sirvió de botón de muestra de esa «desafección», o «desencanto», como se le llamaba en otros tiempos, que genera la democracia entre determinados sectores. Sirvió para eso y para que el Círculo de Montevideo hiciera una llamada más clara si cabe a continuar alimentando la democracia o, en definitiva, a volver a ilusionar.

De entrada, el título bajo el que se celebraba esa cumbre iberoamericana no podía ser más elocuente: «Crisis de la gobernanza de la democracia representativa». Y sobre eso es sobre lo que presentó ayer las conclusiones Ruiz-Gallardón, una vez cerradas todas las ponencias, y tras las intervenciones de Sanguinetti y del sociólogo francés Alain Touraine. Tomando como pie las palabras que la titular de la Secretaría General Iberoamericana, Rebeca Grynspan, había dicho un día antes de que «la democracia es una conquista, no es un dato», el que fuera ministro de Rajoy añadió que «eso que lo sabemos bien los que nos sentamos en esta mesa, y que lo sabemos bien aquéllos que vamos cumpliendo años, es algo no conocido para una parte importante de la población». Por eso, hizo un llamamiento muy contundente: «Tenemos que enseñar a las nuevas generaciones a valorar lo que otros conquistaron para ellos, pero que es propiedad naturalmente también de ellos y también deben poner en valor», sentenció.

Sanguinetti ya había admitido poco antes que sí, que la gente cree en la democracia, pero que no está conforme con el funcionamiento del sistema, y, al final, si ese sistema no resulta un instrumento eficaz para la satisfacción de aspiraciones y la resolución de conflictos, todo puede quebrarse en algún momento. Incluso Ricardo Lagos había incidido en que la democracia es una condición necesaria, pero no es suficiente. Así las cosas, Alberto Ruiz-Gallardón sumó otra reivindicación: «Tenemos que llegar más lejos, y no nos podemos conformar con esa conquista democrática, con ese sistema de elección legitimada de nuestros gobernantes, sino que tenemos que alcanzar un nivel de eficacia, que es sobre lo que ha intentado reflexionar esta reunión del Círculo», proclamó. En cualquier caso, esa «desafección» de la que llegó a hablar Gallardón no es sólo una cuestión generacional. La globalización, que puede ser una oportunidad, también puede convertirse en un riesgo para los sistemas democráticos, y así se puso en evidencia en no pocas intervenciones.

No fueron las únicas conclusiones. Al igual que la democracia, el sistema de elección de representantes es otra de las condiciones necesarias, pero tampoco basta por sí misma, y, aunque parezca baladí a estas alturas, ahora más si cabe hay que volver a reivindicar «viejos paradigmas» como la separación de poderes, la libertad de expresión y la libertad de prensa. Así lo reiteró en no pocas ocasiones el propio Sanguinetti y así lo repitió Gallardón en la síntesis que hizo de la cumbre.

El exministro tampoco pasó de puntillas por el planteamiento que hizo Carlos Slim, considerado por Forbes como la segunda fortuna del planeta. El mexicano había defendido en público y en las reuniones que se habían mantenido en privado que en estos momentos estamos inmersos en un cambio de época, ante una auténtica revolución, y que eso requiere de respuestas concretas. No hizo alusión, de ninguna de las maneras, el exministro Gallardón a la que ha sido la propuesta más mediática, y polémica, del segundo hombre más rico del mundo: esa de trabajar menos días, pero más horas y más años. Ni media palabra al respecto. Nada de valoraciones, frente a lo que Gallardón sí hizo con otras propuestas, como las del exministro de Colombia José Antonio Ocampo o el exsecretario general iberoamericano Enrique Iglesias, que se mostraron muy críticos con el deficiente papel de la ONU, sobre todo por lo que toca al poco papel que juega en el sistema monetario o el FMI; o la del profesor emérito de la Universidad Torcuato di Tella, Natalio Botana, que propuso crear un Estado fiscal.

Sea como sea, destacó de forma especial la propuesta de Felipe González de impulsar una plataforma digital abierta a todos los ciudadanos que permita controlar la ejecución de los presupuestos en tiempo real y, con ello, poder frenar corruptelas y mordidas. «Puede ser una revolución en el futuro», manifestó Gallardón. Sin embargo, más llamativas fue su censura hacia la corrupción y su queja de que el sistema penal se queda corto. «La corrupción puede nacer también de normas sancionadoras insuficientes, y es necesario que seamos beligerantes para establecer un reproche severo de la sociedad a través de sus normas penales a quien se corrompe», indicaba precisamente quien hasta hace un año fue ministro de Justicia, coincidiendo con los no pocos casos de corrupción que salieron en ese tiempo, sin que el Gobierno en el que estaba, el de Rajoy, hiciera mucho en ese sentido.

Llamó la atención eso, y las palabras que, con el permiso de Julio María Sanguinetti, dirigió de forma directa al expresidente Felipe González, al que, por cierto, incluso en una ocasión Ruiz-Gallardón llegó a llamar Felipe a secas. Tomando como base la irrupción de los alumnos del día anterior para torpedear el acto, y ello poniendo en duda que todos fueran realmente estudiantes, se remontó al año 1956. Relató que su padre acabó en Carabanchel, y allí estuvo tres meses sin proceso ni nada, por apoyar un sindicato estudiantil alternativo al del régimen. «Quiero agradecerte a ti -dijo dirigiéndose a González-, y a todos los que lo hicieron posible en España y a todos dirigentes del Círculo que hicieron lo mismo en sus países, que cuando se manifiesta una protesta, aunque sea perdiendo las formas y la educación, la respuesta sea única y exclusivamente el silencio y el respeto, y no la pérdida de la libertad. Eso es lo que hemos ganado y lo que debemos enseñarle a las nuevas generaciones», subrayaba. Y lo subrayaba el que hasta hace un año fue ministro en el Gobierno que aprobó la Ley Mordaza contra la que precisamente algunos antisistema protestaron el viernes.