Alberto Fabra, todavía presidente de la Generalitat y del PP, anunció ayer que se marcha se marcha pero, en realidad, se quedará, como pronto y después de la peor derrota electoral de los populares en la Comunidad, hasta el año que viene como referente del partido. Con este guión de sainete y al estilo en «diferido» marcado directamente por María Dolores de Cospedal, Fabra intentó capear el temporal durante una tensa reunión de la Junta Directiva Regional en la que el PP, de facto, queda descabezado con un líder que tiene fecha de caducidad y con su carrera política finiquitada. Una convocatoria en la que, sobre todo, se escucharon críticas muy duras de cargos de Alicante alineados en su día con Francisco Camps y de afines al presidente de la Diputación de Valencia, Alfonso Rus, contra Fabra, al que le pidieron la dimisión inmediata; y reproches a la figura de Mariano Rajoy como máximos responsables del hundimiento en unos comicios en los que el PP se ha enfrentado -arrastrado por la corrupción, el descontrol en la gestión y la crisis económica- a la cruda realidad de volver a la oposición después de una hegemonía casi absoluta de dos décadas.

Las declaraciones del presidente de Castilla-León, Juan Vicente Herrera, a primera hora de la mañana, en las que reclamaba autocrítica y cuestionaba la respuesta de la cúpula del PP al descalabro electoral, precipitaron todos los movimientos. Frente a la decisión de Mariano Rajoy de pedir calma y evitar cambios de caras hasta unas elecciones generales -previstas para noviembre- en las que se juega su supervivencia y, a su vez, la estabilidad del PP, Fabra optó por variar su discurso de un día antes -había descartado su renuncia- para preparar su marcha de forma inmediata. Eso indignó a Rajoy y al Gobierno. Génova no se podía permitir, con las generales a la vuelta de la esquina, una catarata de dimisiones que mermara aún más la figura de Rajoy para los comicios en los que se decidirá su continuidad en La Moncloa. Y María Dolores de Cospedal acordó con Fabra su despido «en diferido»: anunciaría que no se presentaba de nuevo a la reelección como líder del PP pero se mantendría en el cargo para pilotar una transición más o menos controlada. Una renuncia irrevocable suponía nombrar un presidente interino o una gestora y, entendían en Madrid, una mayor inestabilidad.

Ese fue el mensaje que el presidente regional trasladó a los tres barones provinciales -Javier Moliner, Vicente Betoret y José Císcar- en una comida previa a la Junta Directiva Regional del PP en la que también participó la coordinadora regional, Isabel Bonig. El encuentro fue duro conforme a la complicada situación en la que está sumido el PP, que se enfrenta a la salida de centenares de cargos de la administración que controló durante dos décadas. La decisión de Fabra de facilitar el relevo, aunque sea a un año vista teniendo en cuentra que tras las generales se celebrará primero un congreso nacional, en cierta manera, también ponía a los dirigentes provinciales en la picota. De hecho, a puerta cerrada y durante el encuentro de la Junta Directiva Regional del PP, Fabra invitó al resto de la cúpula popular a seguir sus pasos. «Yo no puedo estar en el nuevo PP pero otros tampoco», lanzó el todavía jefe del Consell en un discurso de tono derrotista que Rubén Ibáñez, uno de los diputados afines a Fabra, iba colgando en Twitter. Dando por hecho que los populares conservarán muy poco poder territorial, dejó claro que, en su opinión, la formación debe abordar una profunda renovación -habló en varios pasajes de «resetear» el partido- pero desde la unidad porque, advirtió, el ejemplo del PSPV, que continúa en caída libre veinte años después, tiene que ser un modelo que debe evitarse por completo.

La mezcla de los excluídos de las listas electorales, los malos resultados de los comicios del 24M, los efectos de las decisiones contra Alfonso Rus por el caso Imelsa, el malestar de los alcaldes y la renuncia «en diferido» de Fabra se convirtió en el caldo de cultivo perfecto para que la reunión alimentara aún más, si cabe, las tensiones internas en el PP. A la palestra salieron, por ejemplo, los todavía diputados autonómicos por Alicante Andrés Ballester y Elena Bonet para pedir, el primero con más vehemencia y la segunda de forma más sutil, la marcha inmediata de Fabra sin esperar a después de las generales lo que supondría, a su vez, la convocatoria de un congreso extraordinario, algo que pidió José María Rodríguez Galant, parlamentario que también acaba su mandato, a través de Twitter. Les apoyaron con aplausos y también con alguna intervención alcaldes de la provincia de Valencia vinculados a Alfonso Rus que, igualmente, dispararon con bala contra Rajoy. De los mandos del PP, sólo salió a intentar calmar los ánimos, el presidente de los populares de Castellón, Javier Moliner, uno de los pocos que repetirá en una institución, la Diputación, disfrutando de mayoría absoluta. Císcar, en una esquina de la mesa, calló.

Para cargos críticos, la decisión de Fabra es un error mayúsculo. Deja el PP en manos de un dirigente que se queda sin ningún peso con lo que, de alguna manera, también se abre el melón de la sucesión en un momento muy delicado para los populares. Un escenario de convulsión que, como apuntan estas mismas fuentes, será más duro en la Comunidad por la magnitud de la derrota de un partido que se tiene que enfrentar a su pasado tras dos décadas de máximo poder.