Quienes la conocen bien la definen como luchadora, leal, inconformista y muy guerrera. No se equivocan. Milagrosa Martínez (Córdoba, 1958) ha aguantado varias semanas el pulso que le lanzó el presidente del PPCV, Alberto Fabra, aunque ayer terminó cediendo a la presión. Se sorprendieron sus amigos y se sorprendió la cúpula del PP. Tras días de pensar y repensar en su casa de El Campet, esta andaluza de nacimiento pero noveldense de adopción ha decidido dar un paso atrás, contentar a los mandamás de su partido y aligerar la poblada lista de imputados de la bancada popular de las Cortes.

Milagrosa siempre ha sabido moverse como pez en el agua en la primera línea política. O que le pregunten a los vecinos de Novelda. Especialmente, a los de la calle Desamparados, donde creció, aprendió la importancia de labrarse un futuro exitoso -su padre fue un famoso constructor- y donde, posteriormente, se montó un bufete de abogados. Pero en 1991, cuando el puño y la rosa logró su último gran hito electoral en la Comunidad, la hoy alcaldesa decidió dar el salto político. Se dio a conocer en el seno del PP y se postuló como una de las alternativas del partido para consolidar la Alcaldía. Tardó cuatro años en conseguir su objetivo. En las elecciones de 1995, coincidiendo con el inicio del letargo autonómico del PSOE, consiguió que su partido fuera el más votado en los comicios locales. Por poco, pero el más votado. Apenas 100 sufragios le separaron de los socialistas. Sin apenas experiencia en las batallas negociadoras, la hoy alcaldesa demostró talante y talento.

Logró mantener el gobierno gracias a Esquerra Unida -algo impensable a día de hoy- y a Unitat del Poble Valencià, el embrión de lo que hoy es Compromís. Pero dos años después se llevó su primer varapalo político. Sus socios de gobierno y el PSOE le presentaron una moción de censura para apartarle de la Alcaldía de Novelda. Ese revés marcó un antes y un después en su vida política. La mano izquierda que la caracterizó hasta entonces se convirtió en mano de hierro. Especialmente a partir del año 1999, cuando retomó el poder en Novelda gracias a otro pacto. Esta vez, con un grupo de concejales independientes.

Su verdadera consolidación llegó años más tarde. Milagrosa fue una de las primeras en alinearse con el bando campista y tuvo la fortuna de que Francisco Camps, el autoproclamado como «líder más respaldado de la historia de las democracias occidentales», le aupó al poder. El expresidente le brindó la oportunidad de marcharse a Valencia y jugar en otra liga. Y ella, lógicamente, dijo sí. Se convirtió en la primera consellera de Turismo de la historia (2005), aunque por entonces no sabía que ese salto le iba a acarrear más que un disgusto. Allí tuvo la oportunidad de relacionarse, entre otros, con su hoy pesadilla: Álvaro Pérez, El Bigotes. Porque si su departamento no hubiera contratado el estand de Fitur con la trama corrupta que formaba Gürtel, el presente político de Milagrosa Martínez sería muy diferente al actual. Tanto, que hoy no coparía portadas e informativos.

Fue ya en Valencia, como presidenta de las Cortes, cuando se le acuñó el sobrenombre por el que se la conoce hoy de norte a sur de la Comunidad: «La Perla». Esa es la muletilla castiza que empleaba a diario en multitud de conversaciones. Ya fuera con los periodistas, con sus compañeros de partido o con todos aquellos con los que tuviera una mínima confianza. Hoy, «La Perla» se encuentra en serios apuros. La Fiscalía le pide 11 años de prisión y 34 de inhabilitación. Se expone a decir adiós a la política y, lo que es más importante, a pasar un largo periodo de tiempo a la sombra. Pese a todo, ella intenta mantener una vida normal. Sigue volcada en sus dos hijos, de vez en cuando celebra barbacoas en su casa y trata de aparentar normalidad en su día a día. Pronto su vida podrá cambiar. Salvo un giro judicial, queda poco más de una semana para que arranque la vista que la sentará por vez primera en un banquillo y afronte, sin duda, una cita crucial. De momento, y pase lo que pase, continúa como alcaldesa de Novelda. Y de ahí, salvo sorpresa mayúscula, no la moverá nadie. La última palabra la tendrá la Justicia.