Nada sería hoy igual en el PP sin la figura de Juan Antonio Montesinos, fallecido ayer en Alicante, la ciudad que le vio nacer hace ahora 81 años. Fue el hombre que mantuvo a flote Alianza Popular después del desastre de las primeras citas electorales, que más tarde la supo abrir a buena parte de los cargos políticos que buscaban refugio tras la autodestrucción de la UCD, que posteriormente impulsó la «refundación» en la línea marcada por su gran amigo Manuel Fraga y que, finalmente, dejó paso sin hacer mucho ruído a Eduardo Zaplana a principios de los 90 para que, después de más de una década de supremacía socialista, el PP empezara a tejer a partir de 1995 la mayor cuota de poder institucional de la historia de la Comunidad.

Juan Antonio Montesinos era un político de raza que entregó su vida a la construcción de un proyecto político que cubriera el espacio ideológico de la derecha. Ocupó casi todos los puestos del organigrama de Alianza Popular y, posteriormente, del PP. Llegó a ser vicepresidente de la ejecutiva nacional con Manuel Fraga, su principal referente político. Fue elegido hasta en tres ocasiones diputado en el Congreso y una, en 1991 y después de ceder la presidencia del PP de Alicante, para continuar su labor en las Cortes Valencianas, cámara de la que llegó a ser vicepresidente. Pero también, desde luego, era un político de saga. Era hijo de Manuel Montesinos Gómiz, alcalde de la capital provincial en el franquismo; nieto del doctor Gabriel Montesinos, que fue presidente de los mauristas en Alicante a principio del siglo XX; y bisnieto de Manuel Gómiz, exalcalde también con el Partido Liberal Conservador en el siglo XIX. Su hija es Macarena Montesinos, diputada del PP en el Congreso y ahora continuadora de esta familia de políticos alicantinos.

Era una persona, dicen los que le conocían, entrañable, apasionada, honesta y con una enorme capacidad para ilusionarse. Sólo así le fue posible, apuntan, perseverar en el esfuerzo de liderar la travesía del desierto de Alianza Popular después de los comicios municipales de 1979, cuando la formación alcanzó sólo dos alcaldías en toda la provincia: Gata de Gorgos y Alfafara. Con Juan Antonio Montesinos colaboraron en aquellos primeros años de semiostracismo su propia hija Macarena e «históricos» como Rafael Maluenda, José Cremades, Antonio Mira-Bellido, Ramón Fernández de Tirso, Antonio Alonso, Luis Fernando Cartagena o Enrique Ferri. A partir de 1982, el equipo se reforzaría poco a poco con los dirigentes que llegaban del naugragio de UCD como Miguel Valor o el propio Eduardo Zaplana.

De trato afable y amistoso, Juan Antonio Montesinos ejerció durante muchos años como profesor. Fue uno de los impulsores de la Formación Profesional y dirigió el Politécnico de Alicante. Enamorado por completo de la provincia, era un auténtico especialista en la cocina de platos típicos como arroces o «fideuà». «A mediados de los 80, hicimos una junta de AP en Gorga y fue el propio Juan Antonio el que cocinó para todos», recuerda el citado Miguel Valor. A partir de 1995, con el PP ya instalado en la Generalitat, Zaplana lo repescó para la dirección territorial de Trabajo. Y, desde ese puesto, arrancó una importante inversión para Alicante: el Instituto Social de la Marina. «Era muy amigo del entonces ministro Juan Carlos Aparicio y gestionó aquel proyecto», recuerda Joaquín Ripoll, entonces conseller y hoy presidente del Puerto de Alicante.

Vinculado siempre de una forma u otra a la política, la última etapa de Montesinos estuvo marcada por otra de sus grandes pasiones: la cultura. Socio fundador del Ateneo Científico, Literario y Artístico, el veterano político fue designado para ocupar puestos en el Consejo Municipal de Cultura, a partir de 2003 en el Instituto Alicantino Juan Gil-Albert y también en el Consell Valencià de Cultura. Desarrolló su actividad en en esos órganos siempre con lealtad y dedicación. En los últimos años ya arrastraba problemas de movilidad pero nunca faltó a las reuniones para dar su opinión o lanzar nuevas ideas. Era, quizá, su mayor cualidad política: el sentido del deber. Descanse en paz.