No forman parte del Club Bilderberg, que reúne al selecto ramillete de los más influyentes del planeta. Ni falta que les hace. Su poder, como el de los magnates del petróleo o del gas, emana de las entrañas del subsuelo, de ese repudiado espacio por el que discurren las cañerías de la política. Por ahí circula la financiación de los partidos, la médula espinal por donde tantas veces ha quebrado el sistema. Las cuentas del PP están en tela de juicio (en Madrid y Valencia) por segunda vez en la vida del partido. Hace 23 años, a raíz del caso Naseiro. Ahora, por las aportaciones bajo mano de una docena de constructoras a Luis Bárcenas -quien repartió supuestamente sobresueldos y se quedó comisiones- y de la trama Gürtel.

La película versa sobre el mismo tema y repite protagonistas. Hoy, el encausado principal se llama Luis Bárcenas y el primer tesorero que tuvo el partido, el valenciano Ángel Sanchis, ha sido imputado. También lo está Álvaro Lapuerta, en el caso de los papeles de Bárcenas, que contienen apuntes de entregas al PP de constructoras de obra pública como Sacyr, FCC, Constructora Hispánica u OHL. El segundo hombre que tenía la llave de la caja es el citado Rosendo Naseiro. Nadie que haya llevado las cuentas de AP y del PP -nacido tras la refundación de la derecha en enero de 1990 en Sevilla- hasta 2009 ha estado exento de pasar por el juzgado. Naseiro salió indemne porque el Tribunal Supremo confirmó la anulación de las grabaciones que sostenían la causa instruida por el juez Luis Manglano. La autorización judicial para pinchar el teléfono se enmarcaba en la investigación de un delito de narcotráfico y las escuchas revelaron luego el caso de la financiación. Ese defecto de forma obligó a destruir las cintas y resultó una bendición para Eduardo Zaplana o para el exconcejal de Valencia Salvador Palop.

Aquel escándalo acorraló a Naseiro y a Sanchis, quien fue llamado por Fraga para que llevara las entonces precarias finanzas de una Alianza Popular nacida en 1977 como federación de partidos con rancio aroma franquista. "Don Manuel me llamó para ser el encargado de pasar la gorra", explicó a este diario Ángel Sanchis Perales, ahora también imputado.

Tenía experiencia contable de sobra. Con 35 años montó, en 1973, un banco. Cuatro años después vendió la entidad, Nuevo Banco, y con una parte del dinero compró la finca La Moraleja en Argentina. Nada más fichar por el PP se trajo con él a un aprendiz que luego hizo mucha carrera. Se llamaba Luis Bárcenas Gutiérrez, hijo de un empleado de banca a quien Sanchis conocía por ser del gremio. En esos años, "yo solo rendía cuentas a don Manuel". "Pequeños donativos" que recogía de los "empresarios que colaboraban con el PP" pasando la colecta en las eternas charlas de su casa de la Moraleja, en Madrid, o con envíos masivos de cartas pidiendo ayuda.