La gente no repara en que también los señoritos tienen sus problemas a los que un programa electoral debe aportarles soluciones. Y el problema del servicio, que el servicio no es lo que era, que el servicio está fatal, no podía pasar por alto para el PP en estos días en el que todo el mundo pregunta a los candidatos qué hay de lo suyo. Para Miguel Arias Cañete, un problema es el de la calidad de los camareros, a los que por lo visto se les pide ahora manteca colorá y te traen otra cosa. Pudo haber puesto un ejemplo con caviar, pero con tanto camarero de países del Este, más conocedores del caviar que de la manteca, tenía que poner un ejemplo grasiento, una costumbre española, la de alimentar el colesterol con la manteca, para que se entendieran al tiempo dos cosas: la falta de profesionalidad de los camareros de ahora y el desconocimiento que tienen de los boquerones en vinagre, los callos, el cocido, el gazpacho y la marca del desodorante para los piés de los botarates. No se le ha agradecido lo bastante a Arias Cañete la reivindicación de un servicio en toda regla ni la promoción de la manteca colorá, pero es que encima los verdaderos señoritos del PP, aquellos que se precian de serlo, están que trina porque creen que para eso era preciso alguien más fino que Cañete que con los boquerones y la manteca ha presentado su legítima queja con ejemplos tan grasientos que podrían afectar a su propia distinción jerezana. Quizá no tuvieran en cuenta que Arias Cañete perseguía con la gastronomía popular un acercamiento a los pobres, que es el voto que ahora persigue Rajoy, y no el voto elitista de cantantes, compositores, cineastas y artistas de toda índole, que no sólo apoyan a Zapatero, sino que encima dicen que más que por los méritos de Zapatero apoyan al presidente para que Rajoy no gobierne en abril. Pero Rajoy, al hablar de los pobres, los nombra como los que no llegan a fin de mes. Los pobres, desde luego, no llegan al día 10, pero según propia confesión, Esperanza Aguirre tampoco llega al día 30, con lo cual debe haber ricos que lo mismo que apenas tributan a Hacienda, y menos mal que ganan premios de lotería con frecuencia, si llegan a fin de mes es a duras penas. La presidenta de Madrid fue el otro día a un mercado para codearse con los que no llegan a fin de mes y se vio obligada a comprar sólo medio kilo de cerezas. Acudió unos días más tarde a los prolegómenos de la pasarela Cibeles y tuvo que confesar que la falda que llevaba era baratita, de Zara. Pero como la izquierda llega ahora con holgura a fin de mes, no se codea con la realidad. Si estuviera más a pie de calle, como Manuel Pizarro, a quien Aguirre lleva a su lado a los mercados para que los que no lleguen a fin de mes conozcan un ejemplo de cómo se puede llegar al final de los tiempos sin números en rojo, sabrían, como Pizarro advirtió, que una de las costumbres españolas que tienen que conocer en seguida los inmigrantes es la de no robar. Pero si los inmigrantes aprenden nuestra lengua, como les exige Rajoy, y leen la amplia crónica de la corrupción, a ver cómo les explica Pizarro que toda regla tiene su excepción. Aunque, bien pensado, ¿por qué demonios hay que dar explicaciones al servicio?