La irreversibilidad del cambio climático queda patente en la existencia de 24 millones de páginas de Google consagradas a la versión inglesa de ese epígrafe, climate change. Ha conseguido superar en dos millones de menciones a Madeleine, la penúltima catástrofe global. Sin embargo, pocas veces se habrá registrado una ausencia de correlación tan flagrante entre la magnitud de una amenaza planetaria y las respuestas diseñadas para contrarrestarla. Alertados seguramente por el buscador de internet, la mayoría de gobernantes -Bush, Sarkozy- han proclamado al calentamiento global como la prioridad absoluta de su gestión. A continuación, no han tomado ninguna decisión digna de ser anotada.

Si la parálisis política ante el cambio climático se produce en pleno recalentamiento de Google, qué calamidades conllevaría un enfriamiento de la sensibilidad electrónica sobre el asunto. Aunque la conmoción global en torno a un problema lo convierte en real por artificiosa que sea su implantación, la viceversa no se cumple con igual fidelidad. Es decir, al esfumarse la preocupación no desaparece la amenaza. A falta de descifrar si el bombardeo de informaciones sobre el calentamiento de la Tierra contribuye a acentuarlo, existe el riesgo de que la población deserte de los desiertos y se contagie de la "fatiga climática". Este fenómeno prolonga la "fatiga de la compasión", que no se refiere a la abulia ante las tragedias humanas, sino al síndrome del ciudadano abrumado por la sobredosis de causas nobles en las que volcarse.

Excepción hecha del primo de Rajoy, los ciudadanos occidentales están perfectamente informados -y asustados, un efecto inseparable del moderno concepto de información- de los riesgos implícitos en el cambio climático. Esta oleada de toma de conciencia contrasta con el porcentaje ínfimo de personas que han modificado apreciablemente sus comportamientos, en consonancia con el valor que ellas mismas otorgan a la amenaza. En la práctica totalidad de países aumentan los desplazamientos en coche y en avión. También se ha disparado el consumo energético. Aunque siempre pueda recabarse una fórmula para detectar efectos benéficos, quedaría neutralizada por el aumento global de la demanda, asociada a los incrementos demográficos.

Por lo menos, todavía no se ha instalado el cinismo mayoritario de declarar que los efectos benéficos del cambio climático pueden aventajar a sus maldiciones, por lo que procede esperar y ver. En el clásico dilema psicológico entre luchar o huir ante un peligro, se ha impuesto la razonable reacción de la fuga, pero en dirección hacia la catástrofe. Mientras la humanidad anónima se esfuerza por encontrar un destino honorable para las bolsas de plástico, los grandes consumidores de energía -Al Gore, Leonardo di Caprio- se han labrado una leyenda de rapsodas y santones de la agonía planetaria. La solución a tan dramática encrucijada deberá ser milagrosa, los efectos secundarios de todas las propuestas empeoran la situación de partida.

Los signos ominosos siguen arreciando, a falta de que lo haga la lluvia y no siempre en sintonía con los titulares. Barcelona se halla en vísperas de recibir agua en barcos, un servicio troglodítico y contrario a cualquier hipótesis sobre el crecimiento racional. Sin concentrarse en una geografía concreta, medidas pintorescas como la citada -que no hacen sino atizar el problema, dado el gasto en combustible para acarrear el líquido elemento- se abordan con independencia del aumento de la población. Aunque el cambio climático mide la huella del ser humano sobre el planeta, éste se enriquece a diario con 200 mil seres humanos. Cada seis meses, hay que acomodar en la Tierra a un nuevo contingente que equivale al número de habitantes de España. Conciliar este ritmo con una mejora de las condiciones climáticas desafía a las leyes de la lógica.

Para conciliar la urgencia de un apocalipsis permanente con la fatiga de la audiencia cuando este anuncio ominoso no se sustancia y su difusión pierde fuelle, debería establecerse una rotación de las plagas en meses alternos. De lo contrario, puede ocurrir que el cambio climático se precipite sobre el planeta una semana en que haya sido relegado a la sección anecdótica de los telediarios.