Los residuos urbanos se traducen en toneladas de basura que día a día desbordan el insomne bostezo de los contenedores. Lo inservible de cada cual acaba su ciclo doméstico en esas bolsas de plástico que se hacinan a última hora de la noche en las esquinas de cualquier calle, dentro o fuera de ese recipiente articulado que arrojará su digestión sobre la trituradora de un camión de basura.

Comoquiera que las sociedades modernas generan montañas y montañas de desechos de manera indiscriminada, hubo que inventar lo del reciclaje con el fin de aprovechar ese 80% de residuos orgánicos e inorgánicos perfectamente reutilizable como materia prima o energía. Y hete aquí que pese a desarrollar programas de concienciación sobre el tema, pese a las facilidades que se dan para contribuir al reciclaje de sólidos y pese a la idea difundida de que la basura de una persona puede ser un recurso y un bien para otra, aún falta mucho camino por recorrer y ciertos flecos que cortar.

De momento estamos todos de acuerdo en que gracias al crecimiento sostenible y la consecuente aplicación municipal de ciertos planes de actuación, hoy disponemos de contenedores del tipo A o clásico, contenedores tipo B (amarillos); para envases, plásticos y latas, contenedores C (azul); para papel y cartón, contenedores D (verde); para vidrio, y hasta recipientes E (punto limpio); para pilas usadas. Cada uno tiene su horario de recogida y su destino específico. Pero hay un sexto modelo que está por diseñar y que, de haberse inventado a tiempo, habría evitado más de una catástrofe irreparable, y no precisamente ecológica o medioambiental. Me refiero al contenedor tipo F, semejante a un iglú, con climatizador adaptable a cualquier temperatura, base acolchada y ventilación asistida para uso exclusivo de indigentes y padres sin escrúpulos. La broma no lo es tanto si echamos mano de estadísticas, de casos atribuidos a la fatalidad o de crímenes tan incalificables como los que se comenten con esos bebés que son depositados por sus progenitores, a las pocas horas de nacer, en un contendor estándar junto a su propia placenta, algunas tripas de pescado y latas vacías. De ponerse en circulación un modelo semejante, no habría peligro de triturar por error a un pedigüeño que buscó refugio en el vientre de un vulgar deposito de basura, ni tampoco de encontrar a una criatura envuelta entre periódicos, trapos o bolsas de Mercadona, con suerte, llorando y tiritando de frío, o agonizante ya como un sueño hinchado y azul.

En lo que va de año, en los escasos treinta y tres días que llevamos de año, contenedores de Santa Fe (Granada);, Níjar (Almería);, Humanes (Guadalajara);, Irurtzun (Navarra); y del centro de Almería se han zampado a sus niños con cordón umbilical y todo. "Iba caminando por la acera cuando me pareció oír el llanto de un niño", decía consternada la mujer que halló al pequeño Mario en el fondo de un basurero, entre un par de bolsas de desperdicio y varias botellas de vino y cerveza. Aquel 2 de enero, miércoles, el restaurante Martín Fierro, único establecimiento cercano al lugar del hallazgo, cerraba por descanso semanal. Eran las 19'50 de la tarde y el frío se percibía intenso en aquel punto de la carretera. "Oí aquel llanto y me estremecí -seguía relatando la mujer-. Lo encontré envuelto en una manta, caliente todavía, y lo saqué como pude". Una llamada al 112 alertó de inmediato a la Policía Nacional y a los médicos del 061, que descubrieron la pinza que cerraba aún su cordón umbilical y las escasas 70 horas de vida del bebé.

Dos días después, la Guardia Civil de Guadalajara encontraba en un contendedor de una calle del municipio de Humares a otro recién nacido (apenas tenía 48 horas de edad); con parada cardiorrespiratoria y síntomas de hipotermia. Pudieron reanimarle horas después en el Hospital Clínico de Madrid.

Distinta suerte fue la que corrió el bebé de la barriada granadina de Santa Fe el jueves 31 de enero. Nadie la oyó llorar con aquella desesperación de niña sola. Cuando a las 8'30 de la mañana Juan Carlos Arenas, funcionario municipal del servicio de limpieza, enganchó el contenedor para vaciarlo sobre el camión de basura, algo vio y algo le hizo gritar hacia su compañero para que detuviera la maniobra. Era, en efecto, el cuerpo de una niña, de un bebé con el rastro elocuente del cordón umbilical recién cortado y los signos faciales de haber llorado hasta la pura extenuación. Nada se pudo hacer por ella y ahora mismo descansa en el Instituto Anatómico Forense de Granada. A quien sí se pudo rescatar ocho horas más tarde de una muerte segura fue a otro bebé de Almería. Su manita acertó a asomarse por una rendija de la bolsa de plástico con la que fue envuelto y arrojado a un contendor de la céntrica plaza de Masnou. José María Salinas, un joven de 20 años, pasaba por allí a las 4'30 de la tarde cuando se quedó de piedra al observar aquella mano diminuta que se movía entre desperdicios orgánicos. La pequeña, con la pinza del cordón umbilical adherida a su vientre y medio envuelta aún en una sábana del centro hospitalario Torrecárdenas, tenía una leve hipotermia y las constantes vitales en estado normal.

Ese mismo día, un bebé de apenas una semana fue encontrado en un contendor por dos vecinos de la localidad navarra de Irurtzun en estado grave. El niño había soportado las bajas temperaturas de la noche. A la hora en que fue descubierto, las 9'45, nevaba copiosamente en el municipio. El pequeño estaba helado, amoratado y envuelto en una manta que no le libraba de la humedad y que apenas cubría su cabeza, sus manos y sus pies desnudos. En el centro Virgen del Camino de Pamplona fue reanimado y ahora depende por entero de los servicios sociales del Gobierno de Navarra.

Podría terminar este artículo recurriendo a la brillante retórica de que la vida es basura, de que, para muchos, la vida no vale más que un montón de residuos sólidos porque hace mucho que dejó de ser sagrada. Pero sería una conclusión fácil y torpe, y un modo imperdonable de faltar a la verdad. Podría añadir, como dato macabro, que cada año son hallados medio centenar de bebés en contenedores de este país, pero ¿cuántos acaban en las trituradoras o en las plantas de reciclaje sin que nadie lo advierta?

Bien sabemos que la gente sin conciencia prolifera y que incluso puede ser necesario un contenedor tipo F que palíe la falta de amor, pero también es cierto que detrás de esos niños que perecen entre la inmundicia de las basuras hay siempre un caso que conduce a una historia trágica, delicada y complejaÉ Porque la inmensa mayoría de esas madres que abandonan criminalmente a un bebé son menores de edad y el producto o la fractura de una sociedad acusatoria e hipócrita, falsa y miserable; son el resultado de una educación pedestre y cicatera que aún se hace oír en los púlpitos condenando el uso del preservativo, previniendo y reprimiendo el pecado con la pueril amenaza de la cólera celeste, desvirtuando la primitiva esencia de la caridad y de la comprensión en favor de una pedagogía represora y fanática que confunde la vida con la doble moral, el amor con la conveniencia y la ética con los viejos principios.