Verán, esto huele a momento histórico decisivo. De los que no entran muchos en un siglo. Estamos suspendidos en el precipicio de una crisis al que no se le ve el fondo, con música wagneriana certificando el fin de la vieja economía, la muerte de los antiguos parámetros sobre los que se asentó el desarrollo económico de esta provincia. Y, no se sabe muy bien cómo, con música de Dvorak, alumbrando el nacimiento de una nueva economía en el marco de la globalización en el que resultan vitales el diseño de las comunicaciones y la redefinición del territorio. Y todo este mapa se pretende dibujar en una maqueta, que se está dando en llamar Plan Estratégico, donde se pinten las nuevas palancas de desarrollo, la nueva estructuración provincial del trabajo. En definitiva, la dosis de futuro que se otorga a cada municipio.

Pues bien, ahí hay que estar. Ahí debe estar el ayuntamiento de Elche y su alcalde a la cabeza. Nada hay más urgente que defender el futuro. Y debe hacerlo, más allá de la participación que se le ha ofrecido, para procurar que este proceso se haga de abajo arriba. Poniendo sobre la mesa las potencialidades de cada parte del territorio. Si se hace así, la ciudad obtendrá su cuota parte, la que corresponde a la posición de centralidad de un municipio que conserva en condiciones razonables la mayor extensión de territorio virgen del litoral valenciano como un valiosísimo activo, que ha musculado su dinamismo productivo y ha desarrollado infraestructuras que son auténticas armas de futuro. Si, por el contrario, el camino se recorre de arriba abajo, sólo desde el Sinaí de la política provincial, en cuya cumbre anidan consells, coepas, dipus, cámaras y demás cuerpos celestiales que gestionan el designio gracioso del poder, Elche saldrá perdiendo. El propio Alfonso Vegara confesaba, después de reconocer el avance de la ciudad en la última década, que en el diseño del "Triángulo" de los primeros noventa, Elche estaba considerado la segunda división.

Ahí deberá demostrar Alejandro Soler si es capaz de echarse la ciudad a la espalda y ponerla en valor. Y hacerlo integrando la voluntad de los distintos sectores locales que tanto se juegan en ello. Creando un auténtico núcleo duro en torno a la institución municipal capaz de defender las posiciones de la ciudad. En eso consiste el liderazgo. Es el momento de decidir si nos dedicamos a la trampa de la lucha política vana e improductiva con la oposición o, por el contrario, nos dejamos de romanços y remontamos el vuelo haciendo política de altura. Si nos dedicamos a la escaramuza o nos comprometemos con la grandeza. La ciudad se juega mucho en este envite. Nada menos que su futuro, darle sentido al trabajo realizado hasta aquí por generaciones. Y no podrá dejar de señalar con el dedo el sillón de la alcaldía como responsable para bueno o para malo del resultado de este proceso. Este examen aún no lo ha pasado el alcalde. Sólo lo hará si se empeña sin complejos en esta vieja reivindicación. Si lo hace, encontrará grandes dificultades. Pero hay dos clases de políticos, los que priman ante todo la evitación del peligro de desgaste y los que arriesgan con políticas en las que creen. Los primeros nunca sedujeron a nadie.

Igual planteamiento vale para la oposición. Alguien deberá decidir en algún momento en el PP local si es llegada la hora de presentar a los ilicitanos una idea de ciudad o se queda en la política quincallera de la intriga baratera, la denuncia fútil y minúscula, la crispación cansina de lo superfluo.

Esto huele a momento histórico. Las etapas de crisis son fuente de oportunidades. Sólo hace falta que alguien con capacidad de liderar lo perciba y se ponga manos a la obra. Lo demás, francamente, está empezando a resultar tedioso. q