Tan preocupados como parecen estar algunos por la imagen y lo poco que la cuidan otras veces. Las fotografías que acompañan el reportaje de arriba vienen aquí por casualidad, casi se diría que por una caprichosa jugada del destino. El autor de las mismas, Antonio Sánchez, debía de recoger ese día en su cámara la protesta de un grupo de profesores de Torrevieja porque las clases en las que trabajan a diario más parecen una nevera que aulas de un país que gusta decirse a sí mismo del primer mundo. Pero, afortunadamente se equivocó de sitio y lugar y se encontró sin buscarlo con algo que le llamó la atención y que no quiso pasar por alto: los restos despanzurrados de lo que hace meses era el IES 4 Mediterráneo, otro centro más de quita y pon a los que por esta tierra tan acostumbrados estamos. O lo que es lo mismo, esa imaginativa solución escolar que en boca del conseller de Educación, Alejandro Font de Mora, constituyen unas instalaciones modélicas que (¡los hay que no tienen remedio!); mejoran incluso a las de ladrillo y de toda la vida y que el común de los mortales conocemos con el vulgar sobrenombre de barracones.

Las imágenes, que es de lo que hablamos, vistas a través del objetivo de la cámara se nos aparecen en la retina como postales congeladas de un pasado que no deberíamos olvidar y que nos golpean el presente con dureza. Desnudas y frías, desprovistas de todo resto de humanidad, emergen como una metáfora de una batalla que llevamos perdiendo muchos años y de cuyas consecuencias no sabemos aún vislumbrar su alcance. Pero, sobre todo, se nos muestran como un ejemplo vivo de lo que fuimos, seguimos padeciendo y cuya realidad no debimos consentir nunca.

Son, miradas así, algo más que restos metálicos de paredes y suelos de barracones reventados y oxidados, de sillas, mesas y mobiliario escolar machacado y abandonado a su suerte y a la intemperie en un patio de cemento, seguramente también improvisado para la ocasión. En definitiva, una especie de campo de batalla minado por esperanzas rotas y promesas incumplidas de algún responsable, los restos de precarias instalaciones que un día no muy lejano albergaron los sueños de un puñado de profesores empeñados en enseñar bien y que tuvieron que aprender y padecer en carne propia que las formas son, casi siempre, tan importantes como el fondo, aunque esto para algunos sea aún tan difícil de entender.

Este es el paisaje que los alumnos del instituto anexo, el IES 3 Mare Nostrum de la ciudad salinera, pueden ver cada día a modo de museo de los horrores si se atreven a girar un poco la cabeza. Será (por buscarle una explicación); que se lo han dejado ahí a modo de restos del naufragio de una política educativa que tanto y con tan inexplicable ahinco defienden sus responsables como rechazan los miles de usuarios. Será que lo han dejado ahí para que no se olviden de que lo suyo, un centro de cemento y ladrillo, es, a día de hoy, todo un lujo en una Comunidad que sigue apostando por la imagen de los grandes eventos pero que tiene el trastero lleno de telarañas e historias que se empeñan en afearles el mensaje. Aunque en esta ocasión haya sido posible mostrarla sólo por un capricho del destino. Porque el fotógrafo vio que allí había una historia que contar.