El tema de la diferencia entre las personas y lo que es común a todos siempre me atrapa. Entro en él cada vez que me cruzo con las carencias o las discapacidades de algunos, (diferentes de las mías que también las tengo, como todos);, cuando me doy cuenta de la desigual distribución de la riqueza y de las oportunidades (y me reconozco privilegiado por haber nacido en el entorno en que nací);, siempre que hablo de la diferencia entre ser justo, ser bueno y ser sólo equitativo y especialmente cuando pienso o trabajo sobre el aparente conflicto entre la esencia de singularidad de cada uno por un lado, y por otro, la conciencia de que somos todos idénticos y nos suceden casi, las mismas cosas.

En Occidente presumimos de haber logrado que existan en todas las áreas (laboral, deportiva, social, informática y económica); mayores oportunidades de las que existieron nuncaÉ y es verdad. Lo que no se dice, es que esas oportunidades desafortunadamente no llegan por igual a todos, ni son accesibles a cualquiera. Es más que obvio que los seres humanos somos diferentes, anatómica, biológica y psicológicamente. Nuestras inclinaciones, gustos, preferencias y proyectos de vida son distintos; tanto, como lo son nuestras capacidades y nuestros recursos internos (los heredados y los aprendidos);. Y siendo así, la equidad no alcanza para hacer justicia. La ley, las pautas culturales y sobre todo, el sistema educativo, son los responsables de que cada uno, con la fuerza de su potencial específico, sea capaz de acceder a la posibilidad de llegar tan lejos, escalar tan alto y conseguir tanto como desee o como sea capaz. Eso lo sabemos y acordamos todos. Sin embargo, los sistemas educativos, desde la primaria, siguen estando basados en el estímulo de la "sana" competencia (que como usted sabe, no tiene para mi nada de sano y por lo tanto muy poco de pauta educativa);.

A veces, aunque la idea inspiradora sea correcta, las acciones que en su nombre se ejecutan, no son tan apropiadas. Le cuento un chiste que me contaron.

Una mañana, apareció en el periódico, un anuncio: "Se vende BMW/2004. Excelente estado. 50 dólares"É y un teléfono. El hombre, que siempre había deseado tener un BMW, se dio cuenta de que debía haber un error en el anuncio, pero ¿cuál podría ser la suma pedida? ¿500 dólares? Aun así sería ridículamente barato. ¿5000? Todavía una ganga. ¿50É mil dólares? Demasiado caro. Intrigado, el hombre llamó.

-Buenos días -dijo cuando le atendieron del otro lado de la línea-, llamo por el anuncio del BMW.

-Buenos días -contestó una mujer-, tiene usted mucha suerte, es el primer llamado que recibo. El carro tiene muy poco uso, puede pasar a verlo cuando desee.

-Si, si -dijo el hombre-, pero querría saber cuánto piden por él, hay un error en el anuncio -y riendo el hombre agregó-, dice 50 dólaresÉ

-Disculpe caballero, pero no hay ningún error, el BMW está en venta por 50 dólares.

El hombre pensó que no tenía tiempo que perder. A ese precio se lo quitarían de las manos. Pidió la dirección a la mujer y se encaminó en su propio auto hacia allí. Durante el trayecto el hombre pensó cualquier cantidad de explicaciones: el auto está destrozadoÉ la mujer está locaÉ es una estafaÉ Pero ninguna parecía convencerle. Finalmente llegó a la dirección señalada y tocó el timbre de la casa. Una mujer de mediana edad que no parecía loca en modo alguno atendió la puerta, lo hizo pasar y lo condujo hasta el garaje donde estaba el BMW. En verdad el carro parecía estar en perfectas condiciones. El hombre inspeccionó el motor, la carrocería, el interior, intentando descubrir dónde estaba la trampa, pero no halló nada. Incluso al ponerlo en marcha no hubo inconvenientes. El hombre no alcanzaba a saber qué era lo que lo tenía tan nervioso, si la perspectiva de adquirir un BMW por 50 dólares o el no poder comprender aquel misterio. Quizás sentía algo de remordimiento.

-Señora -dijo tomando coraje- ¿está segura de que desea vender el carro a ese ridículo precio?

-Vea joven -contestó la mujer algo enfadada-, le ruego que no me falte el respeto. Sé muy bien que este carro puede costar algo más de 20.000 dólares. Hoy lo vendo a 50. ¿Le interesa o no?

-Sí, sí, por supuesto -dijo el hombre-, se lo compraré. Pero no comprendoÉ

-Los valores de las cosas, joven, son relativos. Y digamos que para mí, las hay más valiosas que el dinero.

-De acuerdo, señora, pero no por eso tiene que desperdiciarÉ

La mujer suspiró dando muestras de un poco de cansancio y otro tanto de exasperación. Y luego le dijo:

-Mi marido falleció hace seis semanas y ayer me enteré de que en su testamento se incluye una cláusula que me obliga para poder cobrar la herencia a darle a su amante, maldita sea, la mitad de lo que obtenga por el BMWÉ Y no hay nada que yo desee más que ver la cara que ella va poner cuando le dé por la mitad del BMWÉ ¡25 dólares!