La decisión del rector de Alicante de adelantar las elecciones medio año ha caído esta semana como una bomba en la Universidad, abriendo por sorpresa la batalla por el sexto mandato.

La deflagración ha dado en el blanco de las voces que habían empezado a asomar la cabeza porque a nadie le gusta que le quiten lo suyo -hay cuatro escuelas universitarias, de las cinco de la Universidad, que desaparecen absorbidas por las facultades-. Estas voces, digo, se han visto tiroteadas en plena ebullición, apenas un fin de semana de resaca y dos días laborales después de que la aprobación de la reestructuración de los centros en Consejo de Gobierno provocara las primeras heridas en el flanco rectoral (un 26% de votos negativos);.

La primera y única vez que en tres años de mandato el máximo responsable de la Universidad, Ignacio Jiménez Raneda, ha dado pública muestra de cierto enojo ha sido precisamente tras el espinoso asunto de la integración de las escuelas universitarias en facultades, por muy obligado que se viera a abordar el asunto por mandato del Estatuto, como tanto se ha preocupado en reiterar.

Tras este primer encontronazo originado hace apenas una semana, el siguiente combate en el Campus se aventuraba mucho más incruento: la eliminación de las carreras con menos demanda de alumnos.

Pero Raneda se ha decantado por no dar opción alguna poniendo en práctica aquello de "al enemigo ni agua". Con el anuncio de su cese anticipado para presentarse a la reelección por el cargo ha atinado certeramente en el punto de flotación de las múltiples tensiones que amenazaban con emerger en el Campus en cuanto se hicieran públicas las líneas maestras que van a guiar la reforma de las carreras para homologarlas a Europa, previsto en el plazo de un mes.

Este ataque por sorpresa, del que el alto mando rectoral se ha confesado como único autor, ha dejado fuera de combate a cuantos, viendo en peligro alguna que otra titulación, preparaban su munición con la intención de hacerla estallar en el transcurso de una campaña electoral para la que creían estar preparados a medio año vista. Sin embargo el rector ha hecho ver sus dotes de estratega al conjunto de la comunidad académica y, al dar primero, ha dado dos veces.

Aun siendo cierto que las referidas contiendas son de obligado cumplimiento -la reforma de los centros por Estatuto y la de las carreras por Real Decreto ministerial-, no lo es menos que el protagonista de la artillería pesada, Jiménez Raneda, ha hecho ver también que no encaja con soltura las voces en su contra, por más que insista en su discurso en identificar Universidad y pluralidad. Con su inesperado contraataque ha disuelto -de forma muy inteligente, todo hay que decirlo- la barahúnda que se le venía encima y ha logrado desviar un trance especialmente delicado como para tener que compartirlo con un proceso electoral en el que prefería partir como protagonista y sin heridas.

Al adelantar el calendario de las votaciones ha echado abajo las barricadas tras las que se parapetaban las protestas que, irremediablemente, se posponen para otro momento que le encontrará -a Raneda- con un suelo más firme bajo sus pies y lejos de las que se apuntaban como peligrosas arenas movedizas para su candidatura -siempre y cuando resulte ratificado por las urnas, tal y como confía-.

Así lo espera él y no parece que en la comunidad universitaria vean -hoy por hoy- que vaya a ser de otra manera. Y no es que no prefieran que surja algún que otro asalto como fruto de la aparición de más candidatos, pero en estos momentos nadie percibe que haya un catedrático con los suficientes arrestos e imprescindibles apoyos como para plantarle cara a Raneda con un batallón propio y mucho menos hacerle sombra con peso específico. Es algo que el alto mando se ha encargado de aventar al publicitar la decisión "larga y profundamente meditada" que el miércoles puso en marcha la maquinaria electoral en el Campus.

Tampoco es que se descarte en el recinto universitario que, más cercana la Semana Santa, surja alguna voz con ánimo de llamar la atención sobre la tropa académica, pero la gestión del actual rector es calificada incluso por sus detractores de "muy formal y académica", características que resultan cruciales en el momento actual a tenor de los profundos cambios que se avecinan no ya en la Universidad de Alicante, sino en el conjunto de las instituciones académicas, porque con las premisas que marca el acuerdo de Bolonia pasarán a competir entre ellas por ganar más alumnos. Parece de cajón que esta tesitura no mueve a alentar aventuras académicas faltas de consolidación, de modo que el actual rector parte con ventaja en la carrera electoral tal y como ha reconocido al confesar que ya tiene casi ultimado el documento que marcará las guías de la reforma de las carreras en el Campus.

Otra cosa es que entre el profesorado también habrían preferido no dilatar hasta junio la presentación de estas guías, porque al retraso del Ministerio en sacar el Real Decreto como punto de partida obligado se suma ahora el paréntesis de la campaña electoral en el Campus de Alicante, donde docentes y alumnos estaban deseando ponerse a trabajar en las comisiones que debían surgir tras el documento guía para diseñar los nuevos grados.

Si se cumple la estrategia urdida por Raneda, una vez que quede resuelta la incógnita electoral el próximo mes de mayo -siempre y cuando el conseller Font de Mora cumpla la promesa dada de que va a acelerar la publicación del cese del actual rector en el DOCV para que arranque como tal la batalla por el cargo- saldrán a la luz las guías que regirán la adaptación de todas las carreras para que pasen a ser grados.

Para entonces -y nos situamos en el mes de junio- cualquier nueva salida de tono se perderá irremisiblemente en el pataleo, a modo de insignificantes fuegos artificiales en el contexto de una batalla, puesto que el nuevo y flamante Rectorado -sea cual sea el vencedor de la contienda- habrá afianzado su posición y tendrá la sartén por el mango con los recientes votos por escudo.