La última edición de Fitur, la Feria Internacional de Turismo de Madrid, una de las tres más importantes del mundo y desde luego aquella en la que, aunque nada tangible se produzca en ella, más importante resulta estar, ver y que te vean, que acaba para el público hoy, tenía a priori todas las papeletas para ser, en nuestro caso, un desastre: recorte de gastos, poco o nada nuevo que ofrecer y, sobre todo, precampaña electoral. Sin embargo, ha sido una de las más pacíficas y, en consecuencia, tratándose de un certamen de pura imagen, más rentables, de entre las celebradas en los últimos años. Misterios de la política. O de la coyuntura. O del cruce de ambas cosas. Vayamos por partes.

a); Recorte de gastos. No me refiero a los anunciados en este mismo periódico, falsamente por lo que se puede comprobar en los presupuestos, por el edil de Hacienda de Alicante, Juan Zaragoza, un hombre que, como los niños, no puede vivir si periódicamente no llama la atención. Me refiero al recorte real, el impuesto por unas circunstancias que ya no son lo boyantes que eran. Todos los municipios, pero también la Diputación y la propia Generalitat, han limitado esta vez el despilfarro que habitualmente venía suponiendo para las arcas públicas la asistencia a una feria como ésta, en la que la tradición era tirar con pólvora de rey. Este año, sin embargo, se ha podido comprobar que la modestia no está en absoluto reñida con la efectividad. Ha habido un desembarco infinitamente menor que nunca de cargos públicos, pero es que con que esté el alcalde del municipio en cuestión y poco más, sobra, siempre que haya los técnicos, las azafatas y los logistas necesarios. Los stands no han sido ni más ni menos espectaculares que en otras ediciones y su ubicación, en todo caso, ha sido igual de pésima que viene siendo habitual. Lo cual que, en cuanto a estar y que nos vean, hemos estado igual que siempre pero a menor coste, lo que resulta un avance importante.

b); Menor tensión. El recorte ha tenido, también, un efecto sumamente positivo en el ambiente: ha rebajado notablemente la tensión que se había convertido en las anteriores ediciones en la noticia verdadera de esta feria. No ha habido comidas ni cenas "oficiales" ni de la Generalitat ni de la Diputación Provincial. Así que no ha habido que hablar ni de derroches estúpidos (porque a esas comidas y cenas sólo iban los de casa, lo cual resultaba tirar el dinero de forma ridícula); ni de guerras de guerrillas entre campistas y zaplanistas. Los periodistas hemos estado contando lo que vendíamos en la feria (que nos lo compren o no, es otro cantar);, pero no pasando lista acerca de quién era invitado a cada sitio, quién iba acá o allá o a quién se le ponía falta. Un respiro, un descanso, un ahorro y un alivio. Viva la crisis.

El resultado de todo ello se resume en el titular que preside esta página: buen rollito. Nadie le ha hecho ningún feo a nadie, pero es que, además, todo el mundo ha tratado, sin que hubiera un plan consciente y predeterminado para ello, de mostrar su mejor cara, que en el fondo es lo que debería ser obligación en una feria de imagen como es ésta. Aquí se ha visto en estos días confraternizar, de verdad, a alcaldes socialistas con alcaldes populares, bajo la premisa, insisto en que seguramente inconsciente pero en todo caso digna de subrayar, de vender cada uno lo suyo sin hacer sombra (al contrario, complementándose); al vecino. En ese sentido, cabe mencionar de forma destacada a Ripoll: ha ejercido de presidente de la Diputación Provincial en el más amplio sentido del término; esto es, ha desempeñado la labor de presidente de todos, no de los zaplanistas frente a los campistas o de los populares contra los socialistas. Valgan dos ejemplos: ha acudido a todas las presentaciones o fiestas que han organizado municipios gobernados por el PSOE, como el de Mutxamel, verbigracia, pero también tuvo la delicadeza de quedarse a esperar a Bernat Soria cuando le anunciaron que visitaría la feria, para recibirlo como lo que fundamentalmente es, ministro del Gobierno de España, aunque también sea el candidato rival en las próximas elecciones. Por cierto, que la espera fue en vano, porque Soria no apareció por el stand de la Costa Blanca. Pero ése es otro tema.

c); ¿Elecciones? Esa, precisamente, ha sido otra de las claves inesperadas de este Fitur 2008. Con los antecedentes que teníamos, y estando en precampaña, lo que cabía esperar era que el pabellón que albergaba los mostradores de los distintos patronatos y municipios de la Comunidad Valenciana fuera un "mitinódromo". No ha sido así. Obviamente, Camps fue a arrimar el ascua a su sardina. Pero sin demasiado énfasis, todo sea dicho. Los populares, en tanto que son los que dominan el escenario por ser quienes más territorio gobiernan, están cansados de campañas, de crispación y de guerras. Y ese cansancio se ha tornado positivo. Por primera vez, Zaplana no ha venido y Camps no ha sido noticia en función de Zaplana. Por primera vez también, en mucho tiempo, se ha visto a una consellera de Turismo, Angélica Such, nueva en estas lides, que ha ido a trabajar por lo suyo, el turismo, y no a hacer campaña o a ejercer de correveidile del jefe. Such se ha pasado las jornadas dedicadas a los profesionales abriendo a primera hora el pabellón y ganándose el sueldo que le pagan los ciudadanos sin, encima, pretender hacerse notar, lo que resulta más digno aún de alabanza. En un contexto así, el único que ha quedado un tanto fuera de lugar ha sido precisamente Bernat Soria, al que probablemente una mala información de quienes deberían haberle tenido al día hizo que se equivocara y apareciera por la feria para hacer campaña, con escaso éxito, que dirían los taurinos, de crítica y público. Soria llegó, soltó su rollo de promesas y reproches, fuese y no hubo nada. Sólo consiguió con ello poner en evidencia que, pese a haber vivido buena parte de su biografía en Alicante y no ser, por tanto, ni un cunero ni un extraño, a veces se comporta, quizá mal aconsejado, como tal. Leire Pajín, por ejemplo, estuvo en la feria y ni se empeñó en ir de candidata ni como tal fue recibida: se dio un garbeo por donde quiso y se apuntó a las fiestas que le apeteció como si estuviera en su casa, que es donde verdaderamente estaba.

d); Valencia vs. Alicante. ¿Alguna sombra entre tanta luz? Claro. Muchas, como es lógico en una movida de tales dimensiones. Pero una por encima de todas las demás: este Fitur ha terminado por confirmar lo que ya sabíamos, la irrupción de Valencia como potencia turística. Hace apenas diez, cinco años, hubiera resultado impensable que en una feria de Turismo Valencia ensombreciera a Alicante. Ahora es, sencillamente, una realidad. No se trata, con ello, de insinuar siquiera que Valencia nos quita nada, sino de constatar que tenemos un nuevo problema que sólo con imaginación y con ambición podemos afrontar. Es urgente un pacto por el que cada provincia sea complementaria de la otra. Y es preciso que en Alicante nos pongamos las pilas: tenemos muchas cosas que vender, pero, dentro de la Comunidad Valenciana, ya no somos los que mandamos, ni siquiera en esto del turismo. Así que habrá que calentarse la cabeza y, sobre todo, mostrar osadía. Lo que no podemos es ir con una foto de la Volvo, en vez de montar un velero en pleno pabellón, o con artistas de medio pelo en lugar de figuras de primer orden siendo la sede de la Ciudad del Cine. O espabilamos o nosotros mismos estaremos arrinconándonos. Ésa es la principal lección que nos ha regalado esta feria. Y deberíamos aprenderla.