Un rasgo, tan llamativo como poco debatido, de la educación en España es la magnitud de las desigualdades educativas territoriales. Unas desigualdades que muestran cómo la educación española viene desarrollándose a velocidades diferentes hasta el punto de que se va abriendo la brecha entre unas autonomías, que prácticamente convergen con los objetivos 2010 de la Conferencia de Lisboa, y otras que parecen alejarse de los niveles educativos considerados como adecuados para la sociedad del conocimiento. Así, la territorialización de cualquier indicador educativo (el gasto público en educación, la tasa de escolarización en el tramo 0-3 años, el fracaso escolar en la ESO, la tasa de abandono escolar prematuro, etc...); muestra desigualdades educativas muy profundas entre las diferentes CC AA. Un hecho preocupante corroborado por el reciente Informe PISA, también por el último informe de la Fundación Jaume Bofill y, con otra metodología, por el informe titulado "Las políticas educativas en España: Ránking de Excelencia Educativa", presentado en enero de 2007 por el colectivo Profesionales por la Ética, que situaba a la Comunidad Valenciana en un discreto decimoprimer puesto entre las 17 CC AA, con una puntuación de 3,96, sólo por delante de Baleares, Extremadura, Castilla-La Mancha, Murcia, Canarias y Andalucía.

Un rasgo llamativo y poco debatido de nuestra educación que viene asociado a esa desafortunada y partidista "teoría de la indiferencia", según la cual las políticas educativas contribuirían poco o nada a explicar las diferencias de resultados entre los sistemas educativos de países desarrollados. Desgraciadamente, en España, la "teoría de la indiferencia" constituye una posición intelectual bastante extendida. En ella coinciden los que califican (y descalifican); las políticas educativas a la vista de "la cara del padre" de la misma, y los que explican los resultados de los escolares españoles apelando a nuestro infausto pasado y a nuestro inferior grado de riqueza.

Por el contrario, mi punto de partida es que las políticas educativas (con minúsculas); sí importan, y que hay políticas educativas comprometidas con el éxito escolar. Sólo hay que aplicar a las políticas educativas las consecuencias de ese principio evangélico que reza: "el que busca, halla". Como suele repetir F. López Rupérez, "más que el producto de una suerte de azar (o de absurdos gatos de Schrödinger encerrados en la educación); la obtención de buenos resultados parece la consecuencia de una acción planificada e inteligente que deriva de una cultura, se traduce en un conjunto coherente de políticas públicas orientadas al objetivo y contribuye a consolidar esa misma cultura de una generación a la siguiente".

La búsqueda de políticas educativas centradas en las escuelas y compartidas por los países del mundo occidental que mejores resultados vienen obteniendo en diversas evaluaciones internacionales (What Makes School Systems Perform?, OCDE, París, 2004);, permite hallar medidas como las siguientes. Una delegación significativa de responsabilidades de decisión en los centros docentes y en los profesores, de acuerdo con un modelo que combina más autonomía en materia de procesos y más control central en materia de resultados. La existencia, en la mayoría de los países, de un sistema de exámenes nacionales de final de etapa basados, por lo general, en un conjunto de estándares de rendimiento que establecen, sin ambigüedades, los logros que en cada caso deberán alcanzar los alumnos. La aplicación de procedimientos de pilotaje de los centros y del sistema en su conjunto que promueven la evaluación formativa y legitiman, además, una intervención a tiempo de los poderes públicos en aquellos casos en los que sea necesario, con el fin de asegurar un nivel satisfactorio de resultados para todos. Una "cultura del logro" como rasgo de las correspondientes sociedades que impregna el sistema educativo y se traduce en políticas efectivas orientadas abiertamente tanto a la excelencia como a la equidad.

En definitiva, como vienen explicando A. Schleicher, responsable del informe PISA, o D. Hopkins, ideólogo de las políticas educativas de T. Blair, lo que se ve en los países que han tenido éxito en las evaluaciones internacionales es: una visión estratégica sobre la educación, unos objetivos claros sobre lo que deben aprender los jóvenes para tener éxito en el futuro, un reforzamiento de la responsabilidad de las escuelas y de los profesores en los logros de los alumnos, y de los gobiernos en el éxito de las escuelas.

Se podrá argüir que muchas de estas políticas desbordan los límites de la esperada y necesaria Ley Valenciana de Educación. Es cierto. Pero no lo es menos que tenemos margen para tomar muchas medidas comprometidas de verdad con el éxito de las escuelas valencianas. De entrada, sería deseable el compromiso explícito de la administración educativa con sus responsabilidades como titular de la mayoría de las escuelas. En otras palabras, la Administración es responsable del éxito de las escuelas públicas y, en consecuencia, debe intervenir en ellas en proporción inversa al éxito de las mismas. Sería necesario un compromiso con la mejora sostenida, al menos durante la próxima década, de la inversión en educación, pero no para universalizar programas de gasto del tipo "libros gratis para todos", sino para financiar programas destinados a las escuelas y sectores sociales con más riesgo de fracaso, con la finalidad de que "ningún alumno atrás, ningún talento desperdiciado". Sería imprescindible, igualmente, fortalecer las escuelas públicas mediante el reforzamiento de la capacidad de liderazgo de los equipos directivos, incluso en materia de personal, fomentando el acceso y permanencia en la dirección de los profesionales más capaces. También sería muy aconsejable poner fin cuanto antes a la enorme y preocupante provisionalidad de los equipos docentes en nuestras escuelas. Cada verano miles de docentes valencianos buscando su escuela y cientos de escuelas esperando a la mitad o más de sus profesores componen una peligrosa imitación del mito de Sísifo. Es urgente fortalecer la cultura de la evaluación del sistema escolar en su conjunto y de las escuelas, incluida la cultura de la comparación de logros y de políticas, como procedimientos para pilotar la educación valenciana hacia el éxito. A tal efecto, no son suficientes las actuales evaluaciones diagnósticas. Sería necesaria, imprescindible diría yo, la participación ampliada de nuestra comunidad en PISA 2009 y la puesta en marcha de un Plan Estratégico de Evaluación Diagnóstica de nuestros centros. También sería necesario impulsar un gran acuerdo entre escuela pública y escuela concertada, orientado hacia el respeto sincero a los principios de equidad (escolarización equilibrada de los alumnos con necesidades educativas específicas); y de libertad de las familias para la elección de centros. Por otro lado, no puede faltar entre las políticas educativas comprometidas con el éxito las referidas a la formación del profesorado en ejercicio. A la espera de que pueda dar sus frutos la nueva orientación de la formación inicial del profesorado, debemos centrarnos en corregir las deficiencias de la actual, complementando el saber de nuestros profesores en sus materias con el saber de su profesión: fomentar el aprendizaje de chicos y chicas adolescentes en un escenario cada vez más complejo y plural, lo que supone aprender también a "dar clase a los que no quieren" (J. Vaello);. Para finalizar, en educación saber lo que hay que hacer es importante (por supuesto, disto mucho de saberlo);, pero lo es más aún perseverar en convencer a los demás de que hay que hacerlo con urgencia. Por suerte, como decía, W. Dysney, "si podemos soñarlo, podemos hacerlo". Nos va mucho en ello.

Vicente Díaz es inspector de Educación.