Esta Semana Santa va a ser diferente a las demás que se han celebrado en Orihuela hasta ahora. Son muchos los factores externos que van a darle unos parámetros diferentes a la hora de celebrar sus procesiones. Pero no vamos a entrar en este momento a valorar esos factores ni sus consecuencias. En este momento nos preocupa otro tema relacionado con nuestra Semana Santa y queremos ponerlo hoy sobre la mesa para su reflexión y valoración comunitaria.

La Junta Mayor realiza todos los años una serie de nombramientos honoríficos con el ánimo de reconocer públicamente los méritos y los desvelos de algunas personas en su afán de colaborar al engrandecimiento de estas celebraciones en nuestra ciudad. No seremos nosotros quienes se atrevan a poner en tela de juicio ninguno de ellos. Pero si queremos resaltar un importante olvido que hasta ahora se ha cometido por parte de nuestros dirigentes pasionales.

Si hay alguien que se ha entregado en cuerpo y alma a nuestra Semana Santa es este hombre que hoy traemos a la reflexión. Si hay alguien que ha dado todo lo que tiene y lo que es en persona por nuestras procesiones es este gran hombre.

En el momento que se le ha requerido, sea la hora que sea, sea el día que sea, siempre se le ha tenido disponible, siempre se le ha encontrado servicial y atento al trabajo encomendado. No ha escatimado esfuerzos ni ha regateado horas a la tarea.

Su familia y sus amigos saben del mucho tiempo que han tenido que prescindir de su compañía cuando se acerca la Semana Santa. Es su vida, y no descansa si es necesario por ver sus procesiones con el mayor esplendor, siempre con una actitud de supremo respeto por lo que se celebra. Recordamos las procesiones de antaño, cuando éramos más pequeños, cuando los "armaos" no tenían la prestancia de ahora, cuando no había el lujo y la oficialidad de las plumas y los galones. Cuando sólo era la tropa quien sacaba las castañas del fuego a la Junta Mayor. Era cuando este hombre tenía que echar mano de sus chavales de San José Obrero y a cambio de una gratificación (que se utilizaba para poder pagar algún viaje de estudios a estos jóvenes);, tenía el enorme valor y las agallas de ponerse una falda corta y unos "pantys" con el traje de romano y sacaba adelante con la mayor de las dignidades un desfile de "armaos" con un sentimiento que ya quisieran para sí muchos otros.

Creemos que Orihuela y su Semana Santa tiene una deuda muy grande con este hombre. Es verdad que no es una persona que tenga el don de la palabra, es verdad que puede carecer de la presencia de personajes de otros ambientes sociales, pero tiene algo que ninguno de ellos puede compararse a él. Tiene un corazón tan grande que no le cabe en ese pedazo de pecho que pasea por nuestras calles con la coraza romana cubriendo tanta humanidad que desborda ternura cuando lo vemos tratar con los chavales de su colegio, donde se crió, donde creció y donde se ha formado como persona, en San José Obrero.

Este hombre se llama Julio Sabuco. Este hombre merece ser nombrado con todos los honores Nazareno de Orihuela. Podrá compartir el nombramiento con más personas, podrán ser otros quienes hablen con palabras. Pero será él quien hable con el corazón, será él quien nos vuelva a demostrar como se hace Semana Santa, como se quiere a su pueblo y como se ama a quienes más lo necesitan.

Julio, esperamos que pronto la Junta Mayor te devuelva parte de lo mucho que tú has entregado a esta ciudad, siempre sin esperar nada a cambio. De momento, sólo podemos ofrecerte nuestro más sincero homenaje, nuestra más cariñosa admiración y nuestro más entrañable abrazo.

Gracias Julio.

Firman este artículo Manuel Gallud Gilabert, Hermano de El Silencio y La Resurrección, y Manuel Culiáñez Celdrán, cofrade de La Samaritana y Los Azotes.