A provechando el éxito de «Sé lo que hicisteis la última semana» se ha emitido un programa extraordinario «Sé lo que mentisteisÉ». Si en aquél se pasa revista a las meteduras de pata, lapsus y confusiones de los demás programas de televisión, especialmente de los del hígado, en éste se ha presentado una antología de los bulos y montajes más sonados durante las últimas décadas que se han demostrado falsos. Ha habido muertes ilusorias, enfermedades imaginarias, hijos que no lo eran del padre al que se atribuían, bodas que jamás se celebraron y un sin fin de dislates fingidos por sus protagonistas o inventados por otros que han quedado registrados en los anales de los embustes, pero sin que hayan causado mayores consecuencias a sus autores. Lo mismo que existe un registro de morosos que alerta a las entidades de crédito del peligro de prestar dinero a algunas personas, debería existir otro de mentirosos que anulara la confianza en determinados individuos.

No sé muy bien lo que ocurre en otros países porque lo que llama vivir sólo he vivido en éste, pero me da la impresión de que nos llevamos la palma en cuanto a trapacerías se refiere, más o menos al mismo nivel de Grecia y Portugal que es donde, triunfalismos aparte, todavía solíamos aparecer en todas las encuestas respecto a la Unión Europea cuando estaba formada por doce países.

Pongamos que hablo de fútbol, espectáculo señero de la Patria y reflejo de todos los vicios nacionales. Casi nada en él es veraz o auténtico. Fíjense en el jugador que acaba de lanzar el balón fuera de banda o por la línea de fondo y señala con aspavientos que el saque debe ser a su favor. Nadie mejor que él sabe quién debe sacar pues ha sido el que ha empujado el último la pelota, pero hará lo mismo que su entrenador situado de pie frente al banquillo: señalar al revés la dirección de la jugada. Y qué decir del lugar donde se asienta el balón en las faltas o se lanzan los fuera de banda: nunca se hace en el sitio en que se produjeron. Si pasamos a las pérdidas de tiempo, los componentes del equipo al que conviene que se juegue lo menos posible, andan por los suelos revolcándose por menos de nada, se pasan el balón de uno a otro antes de ejecutar las faltas, el portero demora el saque todo lo que puede y se desentienden del balón si el juego está parado o lo desplazan. La práctica del lanzamiento a la piscina, especialmente en el área, es la suerte suprema del engaño, abrir los brazos -«yo no he hecho nada»- después de haber arreado una patada en la barriga al contrario es lo normal, la distancia a que se colocan las barreras nunca es la reglamentada ni los jugadores se quedan donde les ha señalado el árbitro y no es posible saber con certeza si, en los casos dudosos, un derribo se ha producido dentro del área o si el balón ha traspasado o no la línea de gol. Al lanzar los penaltis siempre se mueve el portero antes de que el lanzador golpee el balónÉ Para qué seguir más. Lo que sí es verdad es que cualquier tuercebotas cobra doscientos o trescientos mil euros al año -algo más de lo que ganamos usted y yo- por ser un actor de mérito aunque no dé una a derechas, y si se trata de un estilista o un buen leñador de equipo puntero entre tres y seis millones son seguros. Todo ello existiendo medios técnicos que podrían juzgar inmediatamente la legalidad de muchas acciones y una autoridad en el campo con poder para sancionar al instante. ¿Qué por qué vive el fútbol en la mentira Quizá sea que se traslada al juego la verdad de cómo son y qué quieren aficionados y directivos que también señalan las faltas y los saques en la dirección que les conviene, despreciando, si llega el caso, la más evidente realidad. Así que de padres gatos, hijos michinos.

Y podemos considerar que ya estamos en campaña electoral. Nos van a contar que por el mar corren las libres y por el monte las sardinas, tralará; y como es en campaña electoral, pues ya se sabe. El tópico del candidato que promete en un pueblo un puente sobre el río y al advertirle que no pasa ningún río por allí se envalentona y promete que también traerá un río a la localidad, se va a quedar corto. Acuérdense simplemente de las patrañas sobre el 11-M que nos han estando contando durante más de tres años. Y no había campaña electoral. O mejor: estaban muy lejos los comicios. Yo creo que los partidos políticos tenían que mandar a casa de los electores junto con el sobre y la papeleta de voto un folio con sus promesas precedido cada una con un cuadradito donde pudiéramos poner una cruz en las cumplidas. Al final de la legislatura se vería que como en el fútbol, en la tele y, por extensión, en la vida se cumple la letra del tango «Cambalache»: «Vivimos revolcaos en un merengue, y en el mismo lodo, todos manoseaos». Chin, pum.

Julio G. Pesquera es ex catedrático de Lengua del IES Jorge Juan de Alicante.