E l anuncio de que la esperanza estadística de vida ha alcanzado en España los ochenta años coincidió en el día, y casi en la sección, con la noticia de la que se hicieron eco los diarios de nuestro país acerca del descubrimiento del animal más longevo del planeta. Resulta ser éste una almeja de algo más de cuatro siglos que cualquiera sabe lo que aún habría vivido de no haber sido pescada, sacrificada y estudiada por científicos de la universidad de Gales. Una espléndida paradoja, capaz de definir por sí misma el absurdo en el que andamos metidos, late en ese récord tan celebrado que se consigue terminando con la vida del superviviente por excelencia dentro del reino de los animales pluricelulares. Para contextualizar los cuatrocientos cinco años de la almeja islandesa, sus descubridores le pusieron el nombre de Ming celebrando que era ya adulta cuando la dinastía del imperio chino aún coleaba. Pero el ingenio pasado por las enciclopedias ha permitido relacionar el molusco con otros imperios, como el español y el napoleónico, e incluso - ya por medio de un apunte intelectual de altura - con Miguel de Cervantes , siempre que aventuremos que Ming andaba viva mientras nuestro escritor más emblemático perdía la mano en lucha con los turcos. Pero, como es obvio, el molusco no debió enterarse gran cosa ni de los cambios geopolíticos ni de las guerras de religión, por no descender al detalle de los libros de éxito. Como ha dicho - juro que lo he leído - un experto de la universidad de Brighton, la clave de la longevidad de la almeja está en que no hacía nada; ni reproducirse apenas. Vaya por dios y su diseño inteligente. A qué cosas lleva. Pero entrando en otros diseños no ya divinos sino bien humanos, las cinco vidas que en promedio podíamos vivir los españoles, una detrás de otra, hasta alcanzar a la almeja obligan a plantearse también los porqués. Entre otras cosas, en la medida en que el hecho de haber traspasado la esperanza de vida de ochenta años coincide con la jubilación cada vez más temprana de los trabajadores. Oficios hay, como el de la Banca, en que te mandan a casa cuando apenas has cumplido el medio siglo. Bien es verdad que, con los empleos basura que se les ofrecen a los más jóvenes, va a ser posible dentro de poco el quedar jubilado incluso antes de haber tenido un puesto de trabajo en serio pero, incluso tomando como referencia los empleos más tradicionales se tiende a que pasen veinte o treinta años entre el momento en que dejas de ejercer tus labores y en aquél en que te vas a la tumba. Si las almejas pueden justificar tales dispendios inútiles de tiempo, a los humanos se nos hace más difícil. La profusión de viajes de la tercera edad, clubs de la tercera edad y estudios de la tercera edad pone de manifiesto que hemos inventado el tiempo libre pero nos queda por descubrir lo que hay que hacer con él. En ese aspecto al menos, da vergüenza que nos consideremos sociedades avanzadas. En la mayor parte de las que llamamos arcaicas, era posible hacer algo útil para uno mismo y para los demás durante toda la vida que, cierto es, duraba muchos menos años. Pero el tiempo-almeja es, como poco, frustrante. Sobrevivir a cambio de no hacer nada debería ser una elección libre y no el resultado de un mercado de trabajo estúpido unido a una medicina cada vez más eficaz.